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AUTOR                                                                                               Libro
               espalda y se movió silenciosamente hacia la oscuridad.
                     Felix nos hizo un gesto para que nosotros fuéramos primero, con una sonrisita
               de suficiencia.
                     Alice caminó enseguida detrás de la pequeña Jane. Edward me pasó el brazo
               por la cintura y me empujó para que fuera a su lado. El callejón se curvaba y
               estrechaba a medida que descendía. Levanté la mirada hacia Edward con un montón
               de frenéticas preguntas en mis ojos, pero él se limitó a sacudir la cabeza. No podía oír
               a los demás detrás de nosotros, pero estaba segura de que estaban ahí.
                     —Bien, Alice —dijo Edward en tono de conversación conforme andábamos—.
               Supongo que no debería sorprenderme verte aquí.
                     —Ha   sido   error   mío   —contestó   Alice   en   el   mismo   tono—.   Era   mi
               responsabilidad haberlo hecho bien.
                     —¿Qué   ocurrió?   —inquirió   educadamente,   como   si   apenas   le   interesara.
               Imaginé que esto iba destinado a los oídos atentos que nos seguían.
                     —Es una larga historia —los ojos de Alice se deslizaron sobre mí y se dirigieron
               hacia otro lado—. En pocas palabras, ella saltó de un acantilado, pero no pretendía
               suicidarse. Parece que últimamente a Bella le van los deportes de riesgo.
                     Enrojecí y miré al frente en busca de la sombra oscura, que apenas se podía ver
               ya.   Imaginaba   que   ahora   él   estaría   escuchando   los   pensamientos   de   Alice.
               Ahogamientos frustrados, vampiros al acecho, amigos licántropos...
                     —Mmm —dijo Edward con voz cortante. Su anterior tono despreocupado había
               desaparecido por completo.
                     Andábamos por un amplio recodo del callejón, que seguía cuesta abajo, por lo

               que no vi el final, terminado en chaflán, hasta que no llegamos a él y alcanzamos la
               pared de ladrillo lisa y sin ventanas. No se veía a la pequeña Jane por ninguna parte.
                     Alice no vaciló  y  continuó  caminando  hacia la  pared  a grandes zancadas.
               Entonces, con su gracia natural, se deslizó por un agujero abierto en la calle.
                     Parecía una alcantarilla, hundida en el lugar más bajo del pavimento. No la vi
               hasta que Alice desapareció por el hueco, aunque la rejilla estaba retirada a un lado,
               descubriéndolo hasta la mitad. El agujero era pequeño y muy oscuro.
                     Me planté.
                     —Todo va bien, Bella —me dijo Edward en voz baja—. Alice te recogerá.
                     Miré el orificio, dubitativa. Me imaginé que él habría entrado el primero si Felix
               y Demetri no hubieran estado esperando, pagados de sí mismos y silenciosos, detrás
               de nosotros.
                     Me agaché y deslicé las piernas por el estrecho espacio.
                     —¿Alice? —susurré con voz temblorosa.
                     —Estoy aquí debajo, Bella —me aseguró. Su voz parecía provenir de muy abajo,
               demasiado abajo para que yo me sintiera bien.
                     Edward me tomó de las muñecas —sus manos me parecieron del tacto de la
               piedra en invierno— y me bajó hacia la oscuridad.
                     —¿Preparada? —preguntó él.
                     —Suéltala —gritó Alice.




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