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Impelida por el puro pánico, cerré firmemente los ojos para no ver la oscuridad
y los labios para no gritar. Edward me dejó caer.
Fue rápido y silencioso. El aire se agitó a mi paso durante una fracción de
segundo; después, se me escapó un jadeo y me acogieron los brazos de Alice, tan
duros que estuve segura de que me saldrían cardenales. Me puso de pie.
El fondo de la alcantarilla estaba en penumbra, pero no a oscuras. La luz
procedente del agujero de arriba suministraba un tenue resplandor que se reflejaba
en la humedad de las piedras del suelo. La tenue claridad se desvaneció un segundo
y Edward apareció a mi lado, con un resplandor suave. Me rodeó con el brazo, me
sujetó con fuerza a su costado y comenzó a arrastrarme velozmente hacia delante.
Envolví su cintura fría con los dos brazos y tropecé y trastabillé a lo largo del
irregular camino de piedra. El sonido de la pesada rejilla cerrando la alcantarilla a
nuestras espaldas se oyó con metálica rotundidad.
Pronto, la luz tenue de la calle se desvaneció en la penumbra. El sonido de mis
pasos tambaleantes levantaba eco en el espacio negro; parecía amplio, aunque no
estaba segura. No se oía otro sonido que el latido frenético de mi corazón y el de mis
pies en las piedras mojadas, excepto una vez que se escuchó un suspiro de
impaciencia desde algún lugar detrás de mí.
Edward me sujetó con fuerza. Alzó la mano libre para acariciarme la cara y
deslizó su pulgar suave por el contorno de mis labios. Una y otra vez sentí su rostro
sobre mi pelo. Me di cuenta de que quizás ésta sería la última vez que estaríamos
juntos y me apreté aún más contra él.
Ahora parecía como si él me quisiera, y eso bastaba para compensar el horror
de aquel túnel y de los vampiros que rondaban a nuestras espaldas. Seguramente no
era nada más que la culpa, la misma culpa que le había hecho venir hasta aquí para
morir, cuando pensó que me había suicidado por él, pero el motivo no me importó
cuando sentí cómo sus labios presionaban silenciosamente mi frente. Al menos
podría volver a estar con él antes de perder la vida. Eso era mucho mejor que una
larga existencia. Hubiera deseado preguntarle qué iba a suceder ahora. Ardía en
deseos de saber cómo íbamos a morir, como si saberlo con antelación mejorara la
situación de alguna manera; pero, rodeados como estábamos, no podía hablar, ni
siquiera en susurros. Los otros podrían escucharlo todo, como oían cada una de mis
inspiraciones y de los latidos de mi corazón.
El camino que pisábamos continuó descendiendo, introduciéndonos cada vez
más en la profundidad de la tierra y esto me hizo sentir claustrofobia. Sólo la mano
de Edward, que me acariciaba el rostro, impedía que me pusiera a gritar.
No sabía de dónde procedía la luz, pero lentamente el negro fue
transformándose en gris oscuro. Nos encontrábamos en un túnel bajo, con arcos. Las
piedras cenicientas supuraban largas hileras de humedad del color del ébano, como
si estuvieran sangrando tinta.
Estaba temblando, y pensé que era de miedo. No me di cuenta de que tiritaba
de frío hasta que empezaron a castañetearme los dientes. Tenía las ropas mojadas
todavía y la temperatura debajo de la ciudad era tan glacial como la piel de Edward.
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