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AUTOR Libro
piel era de un blanco traslúcido, similar al papel cebolla, y parecía muy delicada, lo
cual contrastaba con la larga melena negra que le enmarcaba el rostro. Sentí el
extraño y horripilante impulso de tocarle la mejilla para averiguar si su piel era más
suave que la de Edward o la de Alice, o si su tacto se parecía al del polvo o al de la
tiza. Tenía los ojos rojos, como los de quienes le rodeaban, pero turbios y empañados.
Me pregunté si eso afectaría a su visión.
Se deslizó junto a Jane y le tomó el rostro entre las manos apergaminadas. La
besó suavemente en sus labios carnosos y luego levitó un paso hacia atrás.
—Sí, maestro —Jane sonrió. Sus facciones parecieron las de una joven angelical
—. Le he traído de regreso y con vida, como deseabas.
—Ay, Jane. ¡Cuánto me conforta tenerte a mi lado! —él sonrió también.
A continuación nos miró a nosotros y la sonrisa centelleó hasta convertirse en
un gesto de euforia.
—¡Y también has traído a Alice y Bella! —se regocijó y unió sus manos finas al
dar una palmada—. ¡Qué agradable sorpresa! ¡Maravilloso!
Le miré fijamente, muy sorprendida de que pronunciara nuestros nombres de
manera informal, como si fuéramos viejos conocidos que se habían dejado caer por
allí en una visita sorpresa.
Se volvió a nuestro descomunal escolta.
—Felix, sé bueno y avisa a mis hermanos de quiénes están aquí. Estoy seguro
de que no se lo van a querer perder.
—Sí, maestro —asintió Felix, que desapareció por el camino por el que había
venido.
—¿Lo ves, Edward? —el extraño vampiro se volvió y le sonrió como si fuera un
abuelo venerable que estuviera soltando una reprimenda a su nieto—. ¿Qué te dije
yo? ¿No te alegras de que te hayamos denegado tu petición de ayer?
—Sí, Aro, lo celebro —admitió mientras apretaba con más fuerza el brazo con el
que rodeaba mi cintura.
—Me encantan los finales felices. Son tan escasos —Aro suspiró—. Eso sí,
quiero que me contéis toda la historia. ¿Cómo ha sucedido esto, Alice? —volvió hacia
ella los ojos empañados y llenos de curiosidad—. Tu hermano parecía creer que eras
infalible, pero al parecer cometiste un error.
—No, no, no soy infalible ni por asomo —mostró una sonrisa deslumbrante.
Parecía estar en su salsa, excepto por el hecho de que apretaba con fuerza los puños
—. Como habéis podido comprobar hoy, a menudo causo más problemas de los que
soluciono.
—Eres demasiado modesta —la reprendió Aro—. He contemplado alguna de
tus hazañas más sorprendentes y he de admitir que no había visto a nadie con un
don como el tuyo. ¡Maravilloso!
Alice lanzó una breve mirada a Edward que no pasó desapercibida para Aro.
—Lo siento. No nos han presentado como es debido, ¿verdad? Es sólo que
siento como si ya te conociera y tiendo a precipitarme. Tu hermano nos presentó ayer
de una forma... peculiar. Ya ves, comparto un poco del talento de Edward, sólo que
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