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AUTOR                                                                                               Libro
               No comprendía qué pintaba allí una mujer, rodeada de vampiros y a sus anchas.
                     Esbozó una amable sonrisa de bienvenida.
                     —Buenas tardes, Jane —dijo.
                     Su   rostro   no   denotó   sorpresa   alguna   cuando   echó   un   vistazo   a   los
               acompañantes de Jane, ni a Edward, cuyo pecho desnudo centelleaba tenuemente
               con destellos blancos, ni siquiera a mí, con el pelo alborotado y de aspecto horrendo
               en comparación con los demás.
                     Jane asintió.
                     —Gianna.
                     Luego prosiguió hacia un conjunto de puertas de doble hoja situado en la parte
               posterior de la habitación, y la seguimos.
                     Felix le guiñó el ojo a Gianna al pasar junto al escritorio y ella soltó una risita
               tonta.
                     Nos aguardaba otro tipo de recepción muy diferente al otro lado de las puertas
               de madera. El joven pálido de traje gris perla podía haber pasado por el gemelo de
               Jane. Tenía el pelo más oscuro y los labios no eran tan carnosos, pero resultaba igual
               de encantador. Se acercó a nuestro encuentro, sonrió y le tendió la mano a ella.
                     —Jane...
                     —Alec —repuso ella mientras abrazaba al joven. Intercambiaron sendos besos
               en las mejillas y luego nos miraron a nosotros.
                     —Te enviaron en busca de uno y vuelves con dos... y medio —rectificó al
               reparar en mí—. Buen trabajo.
                     Ella rompió a reír. El sonido era chispeante de puro gozo, similar al arrullo de

               un bebé.
                     —Bienvenido de nuevo, Edward —le saludó Alec—. Pareces de mucho mejor
               humor.
                     —Ligeramente —admitió Edward con voz monocorde.
                     Contemplé de refilón el rostro severo de Edward y me pregunté si antes podía
               haber estado de peor humor. Alec rió entre dientes mientras yo me pegaba a su lado.
                     —¿Y ésta es la causante de todo el problema? —preguntó con incredulidad.
                     Edward se limitó a sonreír con expresión desdeñosa. Después, se le heló la
               sonrisa en los labios.
                     —¡Me la pido primero! —intervino Felix con suma tranquilidad desde detrás.
                     Edward se revolvió mientras en lo más profundo de su pecho resonaba un
               gruñido tenue. Felix sonrió. Su mano estaba levantada, con la palma hacia arriba.
               Curvó sus dedos dos veces, invitando a Edward a iniciar una pelea.
                     Alice rozó el brazo de Edward.
                     —Paciencia —le advirtió.
                     Intercambiaron una larga mirada y yo deseé poder oír lo que ella le estaba
               diciendo. Supuse que era todo lo que podían hacer sin atacar a Felix, ya que luego
               respiró hondo y se volvió hacia Alec, que, como si no hubiera pasado nada, dijo:
                     —Aro se alegrará de volver a verte.
                     —No le hagamos esperar —sugirió Jane.




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