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de forma más limitada que la suya. Aro habló con tono envidioso mientras agitaba la
cabeza.
—Pero exponencialmente es mucho más poderoso —agregó Edward con tono
seco. Miró a Alice mientras le explicaba de forma sucinta—: Aro necesita del contacto
físico para «oír» tus pensamientos, pero llega mucho más lejos que yo. Como sabes,
sólo soy capaz de conocer lo que pasa por la cabeza de alguien en un momento dado,
pero Aro «oye» cualquier pensamiento que esa persona haya podido tener.
Alice enarcó sus delicadas cejas y Edward agachó la cabeza.
Aro también se percató de ese gesto.
—Pero ser capaz de oír a lo lejos... —Aro suspiró al tiempo que hacía un gesto
hacia ellos dos, haciendo referencia al intercambio de pensamientos que acababa de
producirse—. ¡Eso sí que sería práctico!
Aro miró más allá de las figuras de Edward y Alice. Todos los demás se
volvieron en la misma dirección, incluso Jane, Alec y Demetri, que permanecían en
silencio detrás de nosotros tres.
Fui la más lenta en volverme. Felix había regresado y detrás de él, envueltos en
túnicas negras, flotaban otros dos hombres. Sus rostros tenían también esa piel
parecida al papel cebolla.
El trío representado por el cuadro de Carlisle estaba completo, y sus integrantes
no habían cambiado durante los trescientos años posteriores a la pintura del lienzo.
—¡Marco, Cayo, mirad! —canturreó Aro—. Después de todo, Bella sigue viva y
Alice se encuentra con ella. ¿No es maravilloso?
A juzgar por el aspecto de sus rostros, ninguno de los dos interpelados hubiera
elegido como primera opción el adjetivo «maravilloso». El hombre de pelo negro
parecía terriblemente aburrido, como si hubiera presenciado demasiadas veces el
entusiasmo de Aro a lo largo de tantos milenios. Debajo de una melena tan blanca
como la nieve, el otro puso cara de pocos amigos.
El desinterés de ambos no refrenó el júbilo de Aro, que casi cantaba con voz
liviana:
—Conozcamos la historia.
El antiguo vampiro de pelo blanco flotó y fue a la deriva hasta sentarse en uno
de los tronos de madera. El otro se detuvo junto a Aro y le tendió la mano. Al
principio, creía que lo hacía para que Aro se la tomara, pero se limitó a tocar la palma
de la mano durante unos instantes y luego dejó caer la suya a un costado. Aro enarcó
una de sus cejas, de color marrón oscuro. Me pregunté si su piel apergaminada no se
arrugaría a causa del esfuerzo.
Edward resopló sin hacer ruido y Alice le miró con curiosidad.
—Gracias, Marco —dijo Aro—. Esto es muy interesante.
Un segundo después comprendí que Marco le había permitido a Aro conocer
sus pensamientos.
Marco no parecía interesado. Se deslizó lejos de Aro para unirse al que debía de
ser Cayo, sentado ya contra el muro. Los dos asistentes de los vampiros le siguieron
de cerca; eran guardias, tal y como había supuesto antes. Pude ver que las dos
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