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Choqué contra él con tanto ímpetu que la fuerza del impacto me habría tirado
al suelo si sus brazos no me hubieran agarrado. El golpetazo me dejó sin aliento y
con la cabeza vencida hacia atrás.
Sus ojos oscuros se abrieron lentamente mientras el reloj tocaba de nuevo.
Me miró con tranquila sorpresa.
—Asombroso —dijo con la voz maravillada y un poco divertida—. Carlisle
tenía razón.
—Edward —intenté respirar, pero la voz no me salía—. Has de volver a las
sombras. ¡Tienes que moverte!
Él pareció desconcertado. Me acarició la mejilla suavemente con la mano. No
parecía darse cuenta de que yo intentaba hacerle retroceder. Para el progreso que
estaba haciendo, hubiera dado igual que hubiese empujado las paredes del callejón.
El reloj sonó sin que él reaccionara.
Era muy extraño, porque yo sabía que los dos estábamos en peligro mortal. Sin
embargo, en ese momento, me sentí bien. Por completo. Podía notar otra vez el
palpitar desbocado de mi corazón contra las costillas y la sangre latía caliente y
rápida por mis venas. Los pulmones se me llenaron del dulce perfume que
derramaba su cuerpo. Era como si nunca hubiera existido un agujero en mi pecho.
Todo estaba perfecto, no curado, sino como si desde el principio no hubiera habido
una herida.
—No puedo creerme lo rápidos que han sido. No he sentido absolutamente
nada, son realmente buenos —musitó él mientras volvía a cerrar los ojos y
presionaba los labios contra mi pelo. Su voz era de terciopelo y miel—. «Muerte, que
has sorbido la miel de sus labios, no tienes poder sobre su belleza» —murmuró y
reconocí el verso que declamaba Romeo en la tumba. El reloj hizo retumbar su última
campanada—. Hueles exactamente igual que siempre —continuó él—. Así que
quizás esto sea el infierno. Y no me importa. Me parece bien.
—No estoy muerta —le interrumpí—. ¡Y tampoco tú! Por favor, Edward,
tenemos que movernos. ¡No pueden estar muy lejos!
Luché contra sus brazos y él frunció el ceño, confuso.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó educadamente.
—¡No estamos muertos, al menos no todavía! Pero tenemos que salir de aquí
antes de que los Vulturis...
La comprensión chispeó en su rostro mientras yo hablaba, y de pronto, antes de
que pudiera terminar la frase, me arrastró hacia las sombras. Me hizo girar con tal
facilidad que me encontré con la espalda pegada a la pared de ladrillo y con la suya
frente a mí, de modo que él quedó de cara al callejón. Extendió los brazos con la
finalidad de protegerme.
Miré desde debajo de su brazo para ver dos formas oscuras desprenderse de la
penumbra.
—Saludos, caballeros —la voz de Edward sonó aparentemente calmada y
amable, pero sólo en la superficie—. No creo que vaya a requerir hoy sus servicios.
Apreciaría muchísimo, sin embargo, que enviaran mi más sentido agradecimiento a
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