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que yo llegaría algún día a cumplir los treinta era porque no podía estar planeando
quedarse demasiado tiempo. El dolor hondo que me causó esta idea me hizo
comprender que ya había comenzado a concebir esperanzas a pesar de no
habérmelas permitido.
—No tienes por qué temer —me dijo, lleno de ansiedad conforme vio que las
lágrimas volvían a brotar del borde de mis párpados—. No les dejaré que te hagan
daño.
—Mientras estés aquí —y no es que me preocupara mucho lo que ocurriera
cuando él se hubiera marchado.
Me tomó el rostro entre sus dos manos pétreas, sujetándolo con fuerza mientras
sus ojos de medianoche se zambullían en los míos con la fuerza gravitacional de un
agujero negro.
—Nunca te dejaré de nuevo.
—Pero has dicho treinta —farfullé, mientras las lágrimas se asomaban al borde
de mis párpados—. ¿Y qué? Te quedarás, pero me dejarás envejecer de todos modos.
Muy bonito.
Sus ojos se dulcificaron aunque su boca endureció el gesto.
—Eso es exactamente lo que voy a hacer. ¿Qué otra elección tengo? No puedo
estar sin ti, pero no voy a destruir tu alma.
—Y eso es porque... —intenté mantener la voz calmada, pero esta cuestión era
demasiado dura para mí. Recordé su rostro cuando Aro casi le suplicó que
considerara la idea de hacerme inmortal. La mirada de repulsión que le dirigió.
¿Tenía que ver esa fijación de mantenerme humana realmente sólo con mi alma, o era
porque no estaba seguro de que querría tenerme a su lado todo el tiempo?
—¿Sí? —inquirió, esperando mi pregunta.
Sin embargo, le pregunté otra cosa distinta. Casi igual de difícil para mí.
—Pero ¿qué pasará cuando me haga tan vieja que la gente piense que soy tu
madre? ¿O tu abuela?
Mi voz temblaba por el espanto, todavía podía ver el rostro de la abuelita en el
espejo del sueño. Todo su rostro se había suavizado ahora. Me limpió las lágrimas de
las mejillas con los labios.
—Eso no me importa —musitó contra mi piel—. Siempre serás la cosa más
hermosa que haya en mi mundo. Claro que... —él dudó, estremeciéndose
ligeramente—, si te haces mayor que yo y necesitas algo más... lo comprenderé, Bella.
Te prometo que no me cruzaré en tu camino si alguna vez quieres dejarme.
Sus ojos brillaban como el ónice líquido y eran completamente sinceros.
Hablaba como si hubiera pasado montones de tiempo reflexionando para trazar ese
plan tan necio.
—Supongo que te das cuenta de que al final también me moriré —le exigí.
También parecía haber pensado en eso.
—Te seguiré tan pronto como pueda.
—Ese plan es totalmente... —busqué la palabra correcta— enfermizo.
—Bella, es el único camino correcto que nos queda...
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