Page 18 - La Pluma, y el Papel Femenino
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para la vida adulta de estas adolescentes anoréxicas y bulímicas es su alta probabilidad de
               infertilidad.  Simbólicamente,  pareciera  que  al  momento  de  querer  concebir  un  hijo,  la
               naturaleza  femenina  cobrará  las  conductas  de  autoagresión  ejercidas  en  la  edad  de  la
               adolescencia o juventud. Además, las mujeres adultas que en su adolescencia presentaron
               algún  trastorno  de  alimentación,  pierden  —  y  no  siempre  recuperan—  la  capacidad  de
               disfrutar casi de todo, de la comida, de la sexualidad y de cualquier placer que les genere
               visualizarse  como  mujeres  gozadoras.  La  maternidad  incluso  es  vista  más  como  una
               exigencia ansiosa y no como una aventura maravillosa que pasa por nuestros cuerpos. Por
               una parte las mujeres nos hemos ido masculinizando y hemos adoptado estos cuerpos sin
               formas, pero no necesariamente la masculinización viene dada por la falta de formas, más
               bien se trataría de buscar el ser asexuadas. La masculinización, en cambio, estaría dada
               principalmente por la competencia, cifrada en el logro exacerbado por ser las mejores y las
               únicas, a lo que se sumarían las tendencias de logro y control exagerado más propias de lo
               masculino que de lo femenino. Los cuerpos sin forma serían una negación del ser femenino,
               pero, insisto, serían una consecuencia que negaría ese ser y que no necesariamente —en
               tanto formas—; pienso que la masculinización está más bien dada por los medios y no por
               el fin, pues la búsqueda se orienta sobre todo hacia el cuerpo asexuado. Por una parte las
               mujeres nos hemos ido masculinizando al punto de llegar a negarnos a nosotras mismas,
               negando nuestros cuerpos hasta dejarlos sin forma y, por otro lado, existe en la actualidad
               una sobre o hipervaloración de la "silicona" como forma de recuperar, ganar o mejorar las
               formas. Pero esto nada tiene que ver, lamentablemente, con la valoración de lo femenino y
               de sus máximas representantes, las mujeres, sino que se trata más bien de un fenómeno
               que no hace más que exacerbar lo externo; se trata —en la mayoría de los casos— de una
               alternativa fundada principalmente en la frivolidad que, como decía, nada tiene que ver con
               la valoración de lo más profundo de la mujer, de su condición de dadora o portadora de
               vida, cuyos órganos y su cuerpo son, principalmente, un vehículo de amor y de sabiduría.
               La  alternativa  de  la  silicona  estaría  más  cerca  de  convertirnos  en  objetos  del  solo  goce
               estético y/o sexual, a través del cual, por supuesto, se sobrevalora la  juventud versus la
               experiencia.  Pero  como  estos  procesos  son  de  ida  y  vuelta,  a  la  presencia  de  la
               masculinización  femenina  es  posible  sumar  el  aumento,  día  a  día,  de  una  especie  de
               afeminamiento  de  lo  masculino  —que  resultaría,  por  una  parte,  como  una  suerte  de
               "contagio conductual", algo así como sí ellas pueden, nosotros también y, al mismo tiempo,
               tendría que ser asimilable al no querer ser, al negarse a sí mismo— y no deja de alarmar el
               alto porcentaje de hombres y niños con anorexia, preocupados hasta la exageración de su
               estética  y  exacerbando  más  allá  de  los  límites  recomendables  las  tendencias  al  control.
               Todo  esto  nos  debiera  llevar  a  hacer  una  revisión  exhaustiva  de  la  o  las  formas  en  que
               funcionamos  en  nuestras  propias  casas  con  respecto  a  la  comida,  la  cual  si  bien  está
               fuertemente  asociada  a  una  de  las  máximas  fuentes  de  expresión  de  amor,  puede
               transformarse  en  una  peligrosa  forma  de  manejar  el  poder  de  las  mujeres  —y  no
               precisamente el poder femenino, que produciría todo lo contrario—, ya que el mensaje que
               hijas e hijos podrían estar transmitiendo a través de conductas como éstas a su madre es
               que es mejor estar muerta o muerto que ingerir lo que ella cocina o compra. La realidad tan
               dura  que  he  descrito  es  una  razón  más  para  revisar  el  valor  que  hombres  y  mujeres
               asignamos o damos a lo femenino. Debemos revisar de qué manera las mujeres renegamos
               de nosotras mismas desde que somos pequeñas; tanto es así que podemos llegar incluso a
               odiar  nuestro  cuerpo,  a  negar  sus  capacidades  para  transmitir  amor,  o  a  verlo  como  un
               mero objeto sexual.
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