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LOS CELOS DE ORJANA
E después dijo
—¡Ay lealtad, qué mal galardón dais a aquel que
vos nunca faltó! Fecistes a mi señora que me falle-
ciese, sabiendo vos que antes mil veces por la muerte
pasaría que pasar su mandado.
E tornando a tomar la carta, dijo:
—Vos sois la causa de la mi dolorosa fin, e por-
que más cedo me sobrevenga iréis comigo.
E metióla en su seno e dijo a Durín:
—¿Mandáronte otra cosa que me dijeses?
—No —dijo él.
—Pues llevarás mi mandado —dijo Amadís.
—No, señor —dijo él— ; que me defendieron que
lo no llevase.
—E Mabilia e tu hermana ¿no te dijeron algo
que me dijeses?
—No supieron —dijo Durín— de mi venida; que
mi señora me mandó que dellas la encobriese.
—iAy, santa María, valme! —dijo Amadís— ; ago-
ra veo que la mi desventura es sin remedio.
Entonces dijo a Durín que llamase a Gandalín e
Isanjo, el gobernador, e como él vino díjole:
—Quiero que como leal caballero me prometa-
des que fasta mañana, después que mis hermanos
oyeren misa, no diréis ninguna cosa de cuanto ago-
ra veréis.
El así lo prometió, e otra tal fianza tomó de aque-
llos dos escuderos; luego mandó a Isanjo que le
ficiese tener secretamente abierta la puerta del cas-
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