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AMADÍS DE GAULA
CAPITULO CUARTO
EL ERMITAÑO
Vagó Amadís, sin tomar alimento ni descanso,
por lo más escondido de aquellas montañas, hasta
que, de allí a dos días, al caer la tarde, entró en una
gran vega que al pie de una montaña estaba, y en
ella había dos árboles altos, que estaban sobre una
fuente, e fué allá por dar agua a su caballo, que
todo aquel día andoviera sin fallar agua; e cuando
a la fuente llegó vio un hombre de orden, la ca-
beza e barbas blancas, e daba beber a un asno, y
vestía un hábito muy pobre de lana de cabras.
Amadís le saludó, e preguntóle si era de misa; el
hombre bueno le dijo que bien había cuarenta años
que lo era. i
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—A Dios merced —dijo Amadís — ; agora vos
ruego que folguéis aquí esta noche por el amor de
Dios, e oírme heis de penitencia, que mucho lo he
menester.
—En el nombre de Dios —dijo el buen hombre.
Amadís se apeó e puso las armas en tierra, y
desensilló el caballo y dejólo pacer por la yerba, y
él desarmóse e fincó los hinojos ante el buen hom-
bre, e comenzóle a besar los pies. El hombre bue-
no lo tomó por la mano, e alzándolo, lo fizo sen-
tar cabe sí, e vio cómo era el más hermoso caba-
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