Page 35 - En el corazón del bosque
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que tenía delante—. Me he puesto a hablar con el reloj y he perdido la noción del
tiempo. Cuando empieza a hablar no hay quien lo pare, ¿eh?
—No pasa nada, Henry —dijo el anciano tendiendo una mano para girar el
pomo. Tras volverse hacia Noah con una sonrisa de disculpa, añadió—: Me temo
que no puedo permitirme una segunda puerta en este momento, de manera que
he de arreglármelas con una sola. Es terriblemente bochornoso, pero el negocio
anda un poco flojo estas últimas décadas.
Noah no supo qué decir y permaneció de pie en la escalera durante un
momento, hasta que salió de su sorpresa y miró a través de Henry hacia una
pequeña cocina, limpia y desordenada al mismo tiempo, si algo así es posible. Al
mirar el suelo, lo asombró comprobar que había aproximadamente sólo un tercio
de las tablas necesarias y que entre ellas se abrían grandes huecos, lo bastante
grandes para tragarse a un niño de ocho años; miró en ellos, pero no vio otra cosa
que una profunda oscuridad. Fue algo inesperado, puesto que el techo de la planta
baja se hallaba intacto.
—Bueno, ¿entramos? —propuso el viejo dando un paso atrás para que el niño
pasara primero; los modales eran muy importantes para él.
—Pero el suelo… —jadeó Noah—. Si entro ahí me caeré.
—Ah, sí. Debería habértelo explicado. Tuve que usar varias tablas el año
pasado, cuando me quedé temporalmente sin leña para el fuego. No les gustó
mucho, no me importa admitirlo, y no fue un buen momento para mí. Pero lo
cierto es que las que quedan compensan bien la carencia. Observa.
Noah enarcó las cejas cuando el anciano entró en la cocina como si tal cosa
y las tablas del suelo se pusieron en movimiento, saltando y cambiando de sitio a
cada paso que daba, tapando los huecos para que el viejo no cayera por ellos,
pues cada tabla se colocaba bajo sus pies justo a tiempo de que la pisara.
—Qué extraordinario. —Noah sacudió la cabeza de pura sorpresa y decidió
probar él también. En su caso, las tablas hicieron lo mismo, levantándose para
aterrizar bajo sus pies antes de que pudiera precipitarse a la oscuridad, pero
parecían más ruidosas, y Noah incluso creyó oírlas jadear.
—No están acostumbradas a dos personas —explicó el viejo—. Es probable
que se cansen más rápido, no deberíamos agobiarlas. ¡Y ahora, a comer!
Sobre la encimera había fuentes con diferentes clases de comida y Noah se
acercó con cautela, relamiéndose y sintiendo que se le hacía la boca agua; pensó
en lo encantado que habría estado el burro hambriento si lo hubiesen invitado a
compartir toda aquella comida.
—Por favor —dijo el anciano señalando las fuentes—, sírvete. Agarra un
plato y llénalo con lo que quieras. Si no hay suficiente, estoy seguro de que podré
encontrar…
—No, no —se apresuró a interrumpirlo el niño—, hay más que suficiente.
Muchísimas gracias, señor.