Page 31 - En el corazón del bosque
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6. El reloj, la puerta y el cofre de recuerdos
      Noah  no  tuvo  oportunidad  de  decirle  al  viejo  hasta  qué  punto  era  digno  de
      confianza, pues en ese momento un reloj que había en el mostrador a su lado
      empezó  a  hacer  ruidos  muy  extraños.  Al  principio  sonaron  como  gemidos
      ahogados, como si no se encontrara bien y quisiera irse a la cama para meterse
      bajo las sábanas hasta que se recuperara. Luego se hizo el silencio. Entonces los
      gemidos se transformaron en una especie de resoplidos, antes de convertirse en
      curiosos ruidos de tripas, bastante vergonzosos, como si todos los engranajes y
      muelles internos mantuvieran una pelea tremenda y por momentos la situación
      pudiera tornarse violenta.
        —Oh, vaya por Dios —exclamó el viejo, volviéndose para mirar ceñudo el
      reloj—. ¡Qué vergüenza! Tendrás que perdonarme.
        —¿Perdonarle?  —se  sorprendió  Noah—.  Pero  si  es  el  reloj  el  que  hace
      ruidos.
        El reloj emitió un chirrido de protesta y Noah soltó una risita, llevándose la
      mano  a  la  boca.  Los  ruidos  le  recordaban  a  Charlie  Charlton,  cuyo  estómago
      siempre emitía los sonidos más extraños cuando se acercaba la hora de comer,
      logrando que la señorita Bright mirara el reloj y dijese: « ¡Oh, vaya! ¿Ya es tan
      tarde? ¡Hora de comer!» .
        Pero, al echarse a reír, la parte de él que le había dicho que debía escaparse
      de casa lo hizo titubear, y se sintió culpable hasta de sonreír. Llevaba tanto tiempo
      sin reírse que se sintió como un erizo cuando emerge tras meses de hibernación y
      no  está  seguro  de  si  debe  seguir  haciendo  las  cosas  que  hacía  antes  con
      naturalidad.  Sacudió  la  cabeza,  arrancándose  la  risa  de  la  boca  para  arrojarla
      hacia un rincón de la juguetería, donde aterrizó sobre un montón de ladrillos de
      madera y nadie la descubriría hasta el invierno siguiente.
        —Es un reloj muy poco corriente —comentó, inclinándose para examinarlo.
      Al hacerlo, el segundero dejó de moverse, y sólo cuando Noah hubo retrocedido
      y apartado la vista volvió a avanzar, más deprisa ahora para llegar a donde se
      suponía que debía estar.
        —Será  mejor  que  no  lo  mires  —aconsejó  sabiamente  el  viejo—.  A
      Alexander no le gusta. Le hace perder el ritmo.
        —¿Alexander? —preguntó Noah mirando alrededor, esperando ver a alguien
      en la tienda cuya presencia no había advertido—. ¿Quién es Alexander?
        —Alexander  es  mi  reloj.  Y  es  bastante  tímido,  lo  que  en  realidad  resulta
      sorprendente,  pues,  por  lo  que  sé,  los  relojes  tienden  a  ser  unos  fanfarrones,
      siempre  en  movimiento,  siempre  haciendo  tictac  como  si  les  fuera  la  vida  en
      ello.  Pero  Alexander  no  es  así.  Para  serte  franco,  él  preferiría  que  no  nos
      diésemos cuenta siquiera de que está ahí. Tiene bastante genio. Verás, es que es
      ruso, y los rusos son un poco raros. Lo encontré en San Petersburgo, en el Palacio
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