Page 26 - En el corazón del bosque
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5. El viejo
      Noah abrió los ojos. Ya no tenía la sensación de que las marionetas lo acosaban,
      dispuestas a enterrarlo bajo su peso. Los murmullos habían cesado. Los susurros
      se habían desvanecido. Todas parecían haber vuelto a sus sitios en las estanterías,
      y el niño comprendió que había sido ridículo pensar que estaban observándolo o
      hablando sobre él. Al fin y al cabo, no eran seres vivos; sólo eran marionetas.
      Pero  lo  que  sí  era  un  ser  vivo  era  el  anciano  que  había  hablado  y  que  ahora
      estaba  allí  de  pie,  a  unos  palmos  de  él,  sonriendo  levemente,  como  si  llevase
      mucho tiempo esperando aquella visita y se alegrase de que por fin se produjera.
      Sostenía  un  trozo  de  madera  que  tallaba  con  un  pequeño  formón.  Noah  tragó
      saliva  de  puro  nerviosismo  y,  sin  pretenderlo,  dejó  escapar  un  súbito  grito  de
      sorpresa.
        —Oh, vaya —dijo el hombre alzando la vista—. No tengas miedo.
        —Pero  es  que  hace  un  segundo  no  había  nadie  aquí  —respondió  Noah,
      mirando alrededor con asombro. Seguía sin ver la puerta por la que el viejo había
      entrado en la tienda, de modo que su aparición continuaba siendo un misterio—.
      No lo he oído entrar.
        —No pretendía asustarte —contestó el hombre, que era muy viejo, más viejo
      incluso que el abuelo de Noah. Tenía una mata de pelo rubio que parecía avena
      mezclada con maíz, y unos ojos brillantes que atrajeron la mirada del niño, pero
      su  cara  estaba  más  surcada  de  arrugas  que  cualquiera  que  hubiese  visto—.
      Estaba abajo trabajando y he oído pisadas, eso es todo. De manera que he subido
      por si algún cliente necesitaba algo.
        —Yo también he oído pisadas. Las suyas, subiendo por alguna escalera.
        —Oh,  no,  Dios  santo  —repuso  el  anciano  negando  con  la  cabeza—.
      Difícilmente podría haber oído mis propias pisadas, y luego haber subido aquí a
      investigar, ¿no? Deben de haber sido tus pisadas.
        —Pero usted estaba ahí abajo. Acaba de decirlo.
        —¿De  veras?  —preguntó  el  viejo,  frunciendo  el  entrecejo  y  frotándose  el
      mentón—. No me acuerdo. Hace tanto de todo eso, ¿verdad? Y me temo que mi
      memoria ya no es lo que era. Quizá he oído sonar la campanilla de la puerta.
        —Pero  si  no  hay  ninguna  campanilla  —respondió  Noah.  Y  en  ese  preciso
      instante, como si recordara de pronto su tarea, se oyó un alegre tintineo encima
      de la puerta, que había reaparecido unos metros detrás de él.
        —También es vieja —explicó el anciano encogiéndose de hombros a modo
      de disculpa—. Se supone que es lo único que tiene que hacer en todo el día, pero
      a veces se le olvida. Es posible que ni siquiera haya sonado por ti. Tal vez lo haya
      hecho por un cliente del año pasado.
        Noah se volvió y miró boquiabierto la campanilla. Tragó saliva sonoramente,
      dudando de que aquello tuviese algún sentido.
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