Page 22 - En el corazón del bosque
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casas y pueblos, barcos y camiones, toda clase de juguetes con que pudiera
soñar una mente despierta como la suya, y todos de madera. Una madera
maciza y oscura que parecía emitir un resplandor y… sí, incluso una especie de
zumbido distante.
De hecho, ni siquiera parecían juguetes, sino algo más importante. Todo
cuanto había ante sus ojos era nuevo y distinto, y tuvo la sensación de que era el
único sitio del mundo en que se vendían aquellos juguetes tan particulares.
Casi todos estaban pintados con sumo esmero y no con los colores habituales,
a diferencia de los juguetes que tenía en casa, cuyas superficies se cuarteaban y
desconchaban con sólo mirarlas demasiado. Hasta entonces no había visto
colores como aquéllos; ni siquiera era capaz de ponerles nombre. A su izquierda
había un reloj pintado de… bueno, no exactamente de verde, sino de un color
como el que le habría gustado ser al verde si hubiese tenido imaginación. Y más
allá, junto a un cubilete para lápices, había un tablero de juego cuyo color
principal no era el rojo, sino un tono al que el rojo miraría con envidia,
avergonzándose de su propia y apagada apariencia. Y los cubos con las letras del
alfabeto… bueno, alguien habría dicho que estaban pintados de amarillo y azul,
pero sabiendo que esas palabras tan simples eran un insulto al color de aquellas
letras.
Sin embargo, por curioso que fuera todo aquello, por sorprendente e inusual
que pareciera a ojos de Noah, no era nada comparado con los juguetes que
predominaban en las paredes de la tienda.
Marionetas.
Había decenas. No, decenas no, veintenas. Ni siquiera veintenas, sino
centenares, quizá más de las que una persona podía contar en un día, ni siquiera
con la ayuda de los ábacos multicolores que había sobre un mostrador cercano.
De formas y tamaños diferentes, todas y cada una estaban pintadas de colores
brillantes que las llenaban de animación y energía, tanto que parecían vivas.
« No parecen marionetas —pensó Noah—. Se ven demasiado reales» .
Pendían en hileras de las paredes, de alambres sujetos a la espalda. Y no eran
sólo marionetas de personas: también había animales y vehículos y objetos
inesperados. Todas tenían cordeles que permitían mover sus distintas partes.
—¡Qué extraordinario! —murmuró Noah en voz baja y, al mirar alrededor,
empezó a experimentar la extraña sensación de que las marionetas lo seguían
con los ojos allá donde fuese, vigilando de cerca sus movimientos por si agarraba
algo y lo rompía, o por si pretendía birlar algún juguete y salir corriendo.
Un episodio parecido había ocurrido unos meses antes, cuando su madre lo
había llevado en otra de sus inopinadas excursiones fuera de casa, algo a lo que
se había habituado últimamente, y con tanta insistencia en que pasaran tiempo
juntos que Noah se había sentido un poco confuso. En aquella ocasión, una baraja
de cartas de magia había acabado misteriosamente en su bolsillo cuando