Page 23 - En el corazón del bosque
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recorrían una tienda, pero no tenía ni idea de cómo había sucedido. Desde luego,
no la había robado, y ni siquiera recordaba haberla visto expuesta. Pero, cuando
se disponían a salir de la tienda, un guardia grandullón, robusto y sudoroso,
vestido con un uniforme azul, se había acercado a ellos para pedirles con voz
muy seria que lo acompañaran.
—¿Para qué? —preguntó la madre de Noah—. ¿Qué problema hay?
—Madame —repuso el guardia, utilizando una palabra que hizo que Noah se
preguntara si por ensalmo acababan de llegar a Francia—, tengo motivos para
creer que su pequeño está saliendo de la tienda con un artículo que no ha pagado.
Noah alzó la vista hacia el hombre con una mezcla de indignación y
desprecio. Indignación porque él era muchas cosas, muchísimas, pero no un
ladrón. Y desprecio porque nada le molestaba más que un adulto lo llamara
« pequeño» .
—Qué tontería —respondió su madre—. Mi hijo nunca haría algo semejante.
—Señora, haga el favor de comprobar qué lleva el chico en el bolsillo de
atrás.
Y en efecto, cuando Noah se llevó la mano al bolsillo, se encontró con que los
naipes de magia habían acabado allí de alguna forma.
—Bueno, pues yo no los he robado —alegó él, mirando con sorpresa la
ilustración de la caja, el as de espadas, que le guiñaba alegremente un ojo.
—Entonces quizá podrás explicarme cómo han llegado a tu bolsillo —repuso
el guardia con paciencia.
—Si tiene alguna pregunta, hágamela a mí —espetó la madre, furibunda e
indignada—. Mi hijo jamás robaría una baraja de cartas. En casa tenemos más
que suficientes. Estoy enseñándole a hacer trampas en el póquer para que sea
millonario antes de los dieciocho.
El guardia se sorprendió. Estaba acostumbrado a que los padres se
enfurecieran con sus hijos en situaciones como aquélla y los zarandearan de lo
lindo para sonsacarles la verdad, pero aquella madre no parecía la clase de
mujer que haría algo así. En realidad, parecía la clase de mujer que creería en
las respuestas de su hijo, y eso era algo que no se veía todos los días.
—Tú no has robado estos naipes, ¿verdad? —le preguntó a su pequeño, más
afirmando que preguntando.
—Por supuesto que no —contestó él, y era la pura verdad.
—Bien —repuso su madre, volviéndose hacia el guardia al tiempo que se
encogía de hombros—, pues no hay más que hablar. Por ahora bastará con una
disculpa, pero creo que debería hacer usted una donación a la organización
benéfica que yo decida por su injusta acusación. Será alguna que tenga que ver
con animales. Con animales pequeños y peludos, que son mis favoritos.
—Me temo que las cosas no son tan sencillas, señora —insistió el guardia—.
El hecho es que los naipes estaban en el bolsillo de su hijo. Y alguien tiene que