Page 28 - En el corazón del bosque
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comer.
        —Bueno, ahora que estás aquí —continuó el anciano—, estoy seguro de que
      hay un motivo para tu visita. ¿Vas a comprar algo?
        —Probablemente  no  —respondió  Noah  mirando  el  suelo,  un  poco
      avergonzado—.  Me  temo  que  no  tengo  dinero.  —A  sus  pies  había  un  ratón  de
      madera,  pintado  en  gris  y  rosa,  que  le  olisqueaba  los  zapatos,  pero,  en  cuanto
      Noah lo miró, dio un respingo, soltó un chillido de sorpresa y corrió a esconderse
      bajo las patas de una jirafa en un rincón de la tienda.
        —Entonces, ¿puedo preguntar qué te trae por aquí? ¿No deberías estar en el
      colegio?
        —No, ya no voy al colegio.
        —Pero  sólo  eres  un  niño.  Y  los  niños  deben  estar  en  el  colegio.  ¿O  ha
      cambiado la ley desde que yo tenía tu edad? No soy quién para decir nada, por
      supuesto. Yo mismo asistí muy poco tiempo. Siempre estaba escapándome. No
      imaginas en cuántos problemas me metí por culpa de eso.
        —¿Qué clase de problemas? —quiso saber Noah, porque le gustaba enterarse
      de los problemas en que se metían otras personas.
        —Oh, nunca hablo del pasado con el estómago vacío —repuso el viejo—. Ni
      siquiera he almorzado todavía.
        —Pero acaba de decir…
        —No importa, quiero saber qué te ha traído hasta aquí.
        —Bueno,  al  principio  fue  el  árbol  —explicó  el  niño—.  El  que  hay  ante  su
      puerta. Estaba en la acera de enfrente, contemplándolo, y me pareció el árbol
      más  impresionante  que  había  visto  en  mi  vida.  No  sé  por  qué.  Tuve  esa
      sensación, nada más.
        —Me  alegra  que  te  guste.  Lo  plantó  mi  padre,  ¿sabes?  El  día  que  nos
      mudamos aquí. Adoraba los árboles. Plantó varios más en el pueblo, pero creo
      que éste es el mejor. La gente cuenta las historias más extraordinarias sobre él.
        —Sí, he oído una —dijo Noah con entusiasmo.
        —¿De verdad? —repuso el viejo arqueando una ceja—. ¿Puedo preguntarte
      quién te la ha contado?
        —Había un perro salchicha muy servicial ahí enfrente. Estaba con un burro
      muy  hambriento.  Me  ha  contado  que,  cada  pocas  noches,  el  árbol  se  queda
      pelado y que se las arregla de algún modo para que le salgan ramas nuevas al
      cabo de un par de días. Dice que nadie sabe cómo o por qué ocurre eso.
        —Oh, ése sabe un montón de historias —comentó el anciano, riendo—. Es un
      viejo amigo mío. Pero yo que tú no creería demasiado en lo que diga. Los perros
      salchicha  inventan  las  historias  más  inverosímiles.  En  cuanto  a  ese  burro…
      bueno, mejor ni empiezo. Cuando la mayoría de la gente se conforma con doce
      o  quince  comidas  al  día,  él  necesita  tres  o  cuatro  veces  más  o  se  pone  a
      lloriquear.
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