Page 33 - En el corazón del bosque
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es todo. E inofensiva, espero. Bueno, si ése es el caso, ¿te apetece comer algo?
No tengo gran cosa, pero…
—Me encantaría —se apresuró a contestar Noah, y se le iluminó el
semblante—. No he comido nada en todo el día.
—¿De verdad? ¿En tu casa no te dan de comer?
—Sí, claro que me dan —contestó Noah tras un leve titubeo—. Lo que pasa es
que he salido antes de desayunar.
—¿Por qué?
—Bueno, es que hoy no había comida en casa —mintió Noah.
El anciano lo miró como si no se creyera una sola palabra, y el niño se
ruborizó. Apartó la vista y se encontró con la mirada de una de las marionetas de
la pared, que inmediatamente giró la cabeza, como si no soportara ver a un niño
que decía mentiras antes de desayunar.
—Bueno, si tienes hambre —dijo por fin el viejo—, supongo que será mejor
que te prepare algo. Ven, acompáñame arriba. Estoy seguro de que podré
encontrar algo que te guste.
Se dirigió hacia un rincón y tendió la mano ante sí, y en el instante en que lo
hizo apareció un pomo en la pared; lo hizo girar y abrió una puerta que daba al
pie de unos escalones. Noah se quedó boquiabierto (¡aquella puerta no estaba ahí
un instante antes!), y miró de la puerta al anciano, y de nuevo a la puerta, y otra
vez al anciano. De hecho, aquello podría haber seguido mucho rato de no haberle
puesto fin el anciano.
—¿Y bien? —lo instó, volviéndose—. ¿Vienes o no?
Noah titubeó sólo un instante. Desde que tenía memoria había oído decir que
sólo un niño tonto entraría en sitios extraños con desconocidos, en especial si
nadie más sabía que estaba allí. Su padre aseguraba siempre que el mundo era un
lugar peligroso, aunque su madre decía que no debería asustar al niño, y que éste
sólo tenía que recordar que no todo el mundo que parecía bueno lo era en
realidad.
—Pareces indeciso —dijo el anciano en voz baja, como si le leyera el
pensamiento—. Haces bien, pero te aseguro que no hay motivo de preocupación.
Ni siquiera por mi estilo de cocinar. De joven estuve muchas veces en París y
aprendí varios trucos de uno de los chefs más grandes de aquellos tiempos, así
que, modestia aparte, preparo unos huevos revueltos excelentes.
Noah seguía sin estar seguro de si hacía lo correcto, pero su barriga
empezaba a emitir unos ruidos parecidos a los del reloj, que le dirigía ahora una
mirada asesina y tamborileaba impaciente con una pata sobre el mostrador.
Abrumado por el hambre, asintió con la cabeza y se apresuró a seguir al anciano
a través de la puerta abierta.
Se encontró al pie de una escalera muy estrecha cuyos peldaños y paredes,
como las marionetas, eran de madera. En la barandilla había una serie de