Page 34 - En el corazón del bosque
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intrincados grabados que acarició con los dedos, disfrutando del tacto de las
muescas. Eran muy poco profundos, tallados con cuidado y luego limados con
una garlopa para evitar posibles astillas. Para su sorpresa, la escalera no ascendía
directamente, como la de su casa, sino describiendo círculos muy estrechos, de
modo que apenas veía al anciano subiendo ante sí, pues entre uno y otro sólo
quedaban a la vista un par de peldaños en cada tramo.
Subieron y subieron, dando vueltas y más vueltas, hasta que Noah empezó a
preguntarse qué altura podrían alcanzar. Desde fuera no le había parecido que
hubiese más de una planta encima de la tienda, pero aquella escalera parecía
infinita.
—Vaya montón de escalones —comentó con voz un poco jadeante—. ¿No se
cansa de subirlos y bajarlos todos los días?
—Me canso más que antes, desde luego —admitió el anciano—. Por
supuesto, de joven podía subir y bajar corriendo mil veces al día sin problemas.
Pero ahora la situación es distinta. Me lleva mucho más tiempo hacer cualquier
cosa. Hay doscientos noventa y seis peldaños, en realidad. O doscientos noventa
y cuatro. Exactamente los mismos que en la torre inclinada de Pisa. No sé si los
has contado.
—No, no lo he hecho —repuso Noah—. Pero ¿cuántos son, doscientos
noventa y seis o doscientos noventa y cuatro?
—Bueno, ambas cantidades, en realidad. Hay dos peldaños menos en la
escalera que da al norte que en la que da al sur, de modo que depende de dónde
vengas. Has estado en Italia, supongo.
—Qué va —respondió Noah—, nunca he estado en ningún sitio. La verdad es
que esto es lo más lejos que he llegado de casa.
—Pasé tiempos felices en Italia —repuso el viejo con añoranza—. De hecho,
viví cerca de Pisa un tiempo, y todas las mañanas corría hasta la torre y subía y
bajaba por las escaleras para mantenerme en forma. ¡Qué recuerdos tan felices!
—Parece haber estado en muchos sitios.
—Sí, bueno, de joven me encantaba viajar. No conseguía que mis piernas
permanecieran quietas. Ahora todo es distinto, claro. —Se volvió y miró al niño
—. Pero me parece que te estás cansando de subir, ¿no es así?
—Un poco —admitió Noah.
—Bueno, entonces quizá deberíamos hacer un alto.
En cuanto lo hubo dicho, Noah oyó un fuerte ruido de pisadas que subían
corriendo detrás de él y contuvo el aliento, nervioso, porque creía que abajo no
quedaba nadie. Se volvió, un poco temeroso de quién o qué iba a aparecer, y
entonces soltó un jadeo y se apretujó contra la barandilla cuando la puerta por la
que habían salido de la planta baja pasó corriendo por su lado, con las mejillas
rojas de vergüenza.
—Perdón, perdón —exclamó la puerta, y se encajó con firmeza en la pared