Page 39 - En el corazón del bosque
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—Mi padre. Hace muchísimo tiempo. Llevo muchos años sin abrirlo. Hay un
montón de recuerdos ahí dentro, y a veces puede resultar doloroso evocar el
pasado. Incluso un simple vistazo puede ponerte muy triste, o hacer que te
arrepientas de algo.
Todo aquello no hizo sino intrigar aún más a Noah con respecto al contenido
del cofre, y lo miró mordiéndose el labio antes de levantar la vista otra vez,
deseoso de saber qué había en su interior.
—¿Puedo abrirlo? —dijo al cabo de un momento, decidiendo que lo más
simple era preguntarlo directamente—. Me gustaría ver qué contiene.
El anciano vaciló y apartó la mirada con expresión confundida, como si no
estuviese seguro de querer que su cofre de recuerdos se abriera al mundo. Noah
no deseaba molestarlo mientras se decidía, así que guardó silencio hasta que el
hombre volvió a mirarlo y, sonriendo, asintió levemente con la cabeza.
—Adelante… —dijo en voz baja—. Pero trata con delicadeza lo que
encuentres; son cosas muy valiosas para mí.
Noah asintió con entusiasmo y se agachó para levantar el cofre y depositarlo
en la mesa. Advirtió entonces que en los laterales estaba representada la misma
marioneta que en la tapa, rodeada por edificios de aspecto extranjero que tenía la
seguridad de haber visto en los libros de geografía en el colegio. Uno de ellos se
parecía a la torre Eiffel de París, y otro al Coliseo de Roma. Asió los lados de la
tapa con ambas manos y la levantó con cautela, conteniendo el aliento,
convencido de que iba a encontrar algo extraordinario.
Pero, para su decepción, sólo contenía más marionetas.
—Oh —dijo.
—¿Oh? —repitió el anciano—. ¿Pasa algo malo?
—Bueno, pensaba que quizá habría fotografías. Las fotografías me gustan. O
cartas viejas. Pero sólo son más marionetas, como las que hay abajo. —Tomó
una y la examinó con atención—. Son muy bonitas —añadió, pues no quería ser
grosero—. Sólo que me parecía que podía haber algo distinto aquí dentro.
—Ah, pero estas marionetas son muy distintas —repuso el anciano
sonriéndole—. Verás, fui yo quien talló las marionetas que hay abajo. Pero éstas
son las que quedan de las que talló mi padre. Para mí son valiosísimas. Como ese
gran árbol de ahí fuera, me hacen pensar en él. Son todo lo que me queda de mi
padre.
—Bueno, sí son interesantes, supongo —dijo Noah, más intrigado ahora—,
pero ¿no quiere ponerlas abajo con las demás?
—No, no podría hacer una cosa así. Mi padre no habría querido. Verás, cada
una de ellas cuenta una historia, una historia muy particular, de manera que
deben guardarse juntas.
—Bueno, me gustan las historias —repuso Noah con una sonrisa mientras
seleccionaba una al azar, una marioneta bastante corpulenta de una mujer con