Page 43 - En el corazón del bosque
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Y  así,  antes  de  que  pudiese  cambiar  de  opinión,  mi  padre  fue  a  ver  a  la
      directora del colegio, la señora Shields, y le preguntó si tenía una plaza para mí.
        —Por  supuesto,  en  nuestra  clase  siempre  damos  la  bienvenida  a  nuevos
      alumnos —contestó la señora, sonriéndonos y con un leve rubor en las mejillas,
      pues mi padre era un hombre guapo y el señor Shields se había marchado en
      septiembre  del  año  anterior  con  un  circo—.  Tenemos  varios  pupitres  libres.
      Estaríamos encantados de que su hijo se uniera a nosotros. Por cierto, ¿no vendrá
      también su esposa a hablar conmigo sobre su educación? —preguntó entonces, y
      se inclinó hacia mi padre mientras se enroscaba un mechón de pelo en los dedos
      —. Es bueno que todos los miembros de la familia participen en una cuestión tan
      importante como la educación de un hijo.
        —No tengo esposa —anunció papá, y titubeó antes de continuar; el asunto era
      complicado  y  no  quería  causarme  más  dificultades  de  las  estrictamente
      necesarias.
        —Bueno, no importa —repuso la señora Shields, encantada al descubrir que
      no tendría rival—. Aquí nos ocupamos de toda clase de niños. Tenemos a una
      niña que vivió en la selva los primeros cinco años de su vida y habla todavía una
      curiosa  mezcla  de  inglés  y  mono.  Se  llama  Daphne.  Estoy  segura  de  que  te
      llevarás de maravilla con ella.
        —Ya veremos —dije, no muy convencido.
        —Y hay un niño que antes era un elefante, pero logró dejar atrás esa vida
      justo  antes  de  Navidad  —continuó  la  señora  Shields—.  Tuvo  que  ver  con  una
      serie de deseos que pidió, según tengo entendido. Pero aún se está adaptando y
      parece un poco perdido, el pobre. No para de intentar comer por la nariz, lo que
      resulta terriblemente molesto.
        —Qué asco —murmuré, y la señora Shields me miró con expresión bastante
      más fría.
        —Qué chico tan vehemente —comentó.
        A  la  mañana  siguiente,  cuando  entré  por  primera  vez  en  el  aula,  todos  los
      alumnos se volvieron para mirarme: cada niño, cada niña, cada pupitre y cada
      silla. Hasta la pizarra, que era corta de vista, saltó de sus ganchos y se acercó a
      olisquearme,  para  luego  volver  a  la  pared  sacudiéndose  polvo  de  tiza  y
      murmurando: « No, no encaja. Nunca encajará» .
        —Este sitio está ocupado —dijo un chaval bastante repelente, llamado Toby
      Lovely,  que  se  creía  mejor  que  los  demás.  Se  sentaba  siempre  cerca  de  la
      maestra, con la intención de congraciarse con ella, y puso sus libros en el pupitre
      de al lado cuando yo pasé.
        —Lo siento mucho —dijo una niña llamada Marjorie Willingham, feúcha y
      con coletas sujetas con lazos rosas, causando risitas en las niñas que la rodeaban
      —, pero me temo que este sitio también está ocupado. Y no me hables, por favor.
      No me gusta charlar con extraños.
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