Page 38 - En el corazón del bosque
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después de verme envuelto en una conspiración para derrocar al gobierno.
        —No puedo imaginar verme envuelto en algo parecido —dijo Noah, a quien
      la política no le interesaba en absoluto.
        —¿Y tus padres están contentos de que te hayas ido de casa?
        Noah  no  respondió  y  bajó  la  vista  al  plato  con  expresión  preocupada;  la
      comida le pareció de pronto menos apetitosa.
        —No tienes que contarme nada que no desees —prosiguió el anciano—. Sé
      qué supone tener ocho años. Después de todo, una vez tuve esa edad.
        Noah  reflexionó  sobre  esas  palabras.  Era  tan  viejo  que  le  sorprendía  que
      pudiera acordarse siquiera de cuando tenía su edad.
        —¿Se  escapó  alguna  vez  de  casa  cuando  tenía  ocho  años?  —preguntó
      tragando saliva.
        Prefería  no  pensar  en  ello,  porque  sólo  conseguía  inquietarlo.  Intentaba  no
      pensar en su huida de casa, pero el asunto tenía la desagradable costumbre de
      reaparecer en los dedos de los pies, corretearle por los tobillos y subirle por las
      piernas  y  luego  la  espalda,  hasta  llegar  al  cerebro  para  enviar  a  sus  ojos
      imágenes que no quería ver.
        —De niño hice muchas cosas —admitió el viejo—, y no todas ellas fueron
      muy sensatas.
        A Noah la idea de hacer cosas no muy sensatas le gustó mucho y estuvo a
      punto de interrogar al viejo al respecto, pero entonces advirtió un gran cofre de
      madera en el suelo junto a sus pies. Le sorprendió no haberlo visto al sentarse,
      pues  tenía  muchas  filigranas  y  parecía  una  antigüedad  de  ésas  que  su  madre
      siempre examinaba en las tiendas y deseaba poder comprar para su casa. Tenía
      grabada  una  marioneta  en  la  tapa,  bastante  distinta  de  las  que  había  en  las
      paredes en el piso de abajo. Noah se inclinó para verla más de cerca.
        —¿Lo  ha  hecho  usted?  —preguntó  alzando  la  vista,  y  el  viejo  negó  con  la
      cabeza.
        —Oh, no, no fui yo. No soy tan buen artesano. Los detalles, como ves, son
      magníficos.
        —Es maravilloso —observó el niño, siguiendo los trazos del grabado con los
      dedos.
        La marioneta de la tapa parecía un tipo muy alegre. Tenía un cuerpo largo y
      cilíndrico  y  un  gorro  puntiagudo  en  la  cabeza.  Las  piernas,  insólitamente
      delgadas, no parecían capaces de sostenerlo mucho rato.
        —Te sorprendería saber cuánto tiempo —repuso el anciano como si le leyera
      los pensamientos—. Si tallas las marionetas con madera de un árbol muy viejo,
      la madera resulta tan resistente que puede durar una eternidad si la tratas bien.
      Esa marioneta podría ir hasta la otra punta de la tierra y volver y sólo necesitaría
      una nueva capa de barniz.
        —Si usted no hizo el cofre —dijo Noah—, entonces, ¿quién lo hizo?
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