Page 37 - En el corazón del bosque
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—¿Once o doce? —repitió el niño, perplejo—. En casa sólo hacemos tres.
Desayuno, comida y cena.
—Vaya por Dios. No me parece nada bien. ¿Qué pasa, que tu esposa no sabe
cocinar?
—¿Esposa? —Noah se echó a reír—. Pero si yo no tengo esposa.
—¿No? ¿Y por qué no? Pareces un chaval bastante agradable. Se ve a simple
vista que eres fácil de complacer. Y no hueles demasiado mal. —Olisqueó el
aire, pensó un momento y añadió—: Bueno, ya que lo menciono…
—Sólo tengo ocho años —le recordó Noah—. ¡Uno no puede casarse a los
ocho años! Aunque tampoco querría hacerlo.
—¿De verdad? ¿Y puedo preguntar por qué no?
Noah reflexionó un instante.
—Bueno, quizá me case cuando sea viejo —contestó por fin—. Cuando tenga
veinticinco, digamos. Hay una niña en mi clase, Sarah Skinny, que es la número
cuatro de mis mejores amigos, y supongo que nos casaremos algún día, pero
todavía falta mucho para eso. —Miró alrededor, constatando lo pequeña que era
la cocina, al parecer diseñada para una sola persona—. ¿Y usted? ¿No está
casado?
—Oh, no —respondió el anciano—. Nunca encontré a la chica adecuada.
—¿Vive aquí solo?
—Sí, aunque tengo mucha compañía. Alexander y Henry, por ejemplo, a los
que ya has conocido.
—¿El reloj y la puerta?
—Sí. Y hay otros. Muchos más. En realidad, ya no llevo la cuenta. Y tengo
mis marionetas, por supuesto.
Noah asintió con la cabeza y continuó comiendo.
—Esto está muy bueno —dijo con la boca llena, y añadió con una risita—:
Perdón.
—Tranquilo —repuso el viejo. Sostuvo la madera ante sí y sopló para quitarle
el polvo. La examinó, pareció complacido y continuó haciendo incisiones
cuidadosas y precisas con el formón—. No hay nada tan satisfactorio como ver
comer a un niño hambriento —comentó—. Bueno, si no tienes esposa, supongo
que también vives solo, ¿no?
Noah negó con la cabeza.
—No; vivo con mi familia —dijo, y el tenedor se detuvo en el aire al pensar
en ellos—. O, más bien, vivía con ellos —se corrigió—. Antes de que me fuera,
quiero decir.
—¿Ya no vives con ellos?
—No; me he marchado esta mañana. Pienso ver mundo y correr aventuras.
—Ah, no hay nada como una buena aventura. —El anciano sonrió—. En
cierta ocasión fui a pasar un fin de semana a Holanda y me quedé todo un año,