Page 42 - En el corazón del bosque
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—Gracias por tu ofrecimiento —respondió mi padre antes de que yo pudiera
decir nada y tiró de mí calle abajo.
Entonces se puso a dar golpecitos en el suelo con el bastón a breves intervalos.
Respiraba hondo y se agachaba para tocar la hierba y los setos que bordeaban el
camino, y luego mantuvo una serie de breves conversaciones informativas con
distintos ejemplares de la fauna que había por allí; todo ello para gran
consternación del burro que, por lo que advertí, confiaba en que no cambiásemos
de opinión.
—Tu padre quiere estar seguro antes de decidirse, ¿no? —preguntó
acercándose a mí para olisquear en mis bolsillos, como si buscase algo.
—Así es —contesté—. Confía en que podamos vivir aquí para siempre.
—Bueno, pues espero sinceramente que escoja este pueblo. Si lo hace,
vendrás a verme a menudo, ¿verdad? Soy el mejor… ¿te lo había mencionado?
Y si vienes, trae algo de comer. Nunca debe emprenderse un galope con el
estómago vacío.
Por lo visto, el pueblo era perfecto para nosotros, porque, cuando mi padre
volvió a donde estábamos el burro y yo, asintió satisfecho con la cabeza y me
rodeó con los brazos.
—Éste es el sitio, hijo mío —dijo—. El sitio ideal para nosotros. Estoy seguro.
Aquí podremos ser felices.
—¡Ji, jaaa! —exclamó el burro, encantado con la noticia—. ¡Ji, jaaa! ¡Ji,
jaaa!
Y así, sin perder un segundo, papá se puso a construir nuestra nueva casa,
levantándola ladrillo a ladrillo con sus propias manos. No fue una gran idea por su
parte, pues, por bueno que fuera con la madera y el formón, no era tan hábil con
la construcción, y la casa resultante fue un poco insólita, con paredes que no
formaban ángulos rectos y ventanas que sobresalían en todas direcciones.
—Qué más da —le dije, una vez instalados sobre la juguetería, pues no quería
que se sintiera decepcionado—. Siempre y cuando se tenga en pie, lo demás no
importa.
—Supongo que no —admitió—. Bien, ahora tenemos que empezar a pensar
en tus estudios.
—No me parece necesario, ¿no crees?
—Pues claro que sí —insistió—. Has perdido ya muchas clases; vas a
rezagarte con respecto a los demás niños, y eso no está bien, ¿verdad?
—No me importa —repuse encogiéndome de hombros, y papá frunció el
entrecejo y negó con la cabeza.
—Pensaba que a partir de ahora ibas a ser un buen chico —me recordó con
un dejo de decepción.
—Y voy a serlo, papá —contesté, recordando todas mis promesas—. Lo
siento. Por supuesto, iré al colegio si quieres que vaya. Un poco, al menos.