Page 44 - En el corazón del bosque
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Continué por el pasillo, más abatido a medida que todos los niños y niñas me
      rechazaban, pero llegué a la última fila y observé esperanzado el sitio libre que
      quedaba.
        —Puedes sentarte aquí, si quieres —dijo el niño que se sentaba al lado, Jasper
      Bennett. Tenía una serie de feos chichones y magulladuras en la cara.
        Despejó el pupitre y acercó otra silla, así que me senté agradecido, sonriendo
      a  mi  nuevo  compañero  de  asiento.  Jasper  me  observó  unos  instantes,
      parpadeando y con sus grandes ojos llenándose de lágrimas. Al cabo de un largo
      silencio, dijo:
        —A mí también me odia todo el mundo.
        —¡Jasper! —exclamó la señora Shields, golpeando la mesa con el borrador y
      arrojándole un pedazo de tiza que le dio en la oreja y cayó al suelo, de donde se
      levantó para regresar despacio al pupitre de la maestra—. Ya te he dicho que no
      se habla en clase, ¿verdad? Y bien, ¿te lo he dicho o no?
        —Sí, señora… —empezó Jasper, pero la maestra lo interrumpió.
        —¡Jasper! —ladró—. ¡Nada de hablar!
        Me  llevó  mucho  tiempo  entablar  amistad  con  los  demás  niños  de  la  clase,
      sobre todo porque ellos se conocían de mucho antes.
        —No  nos  gustan  los  niños  nuevos  —me  dijo  Toby  Lovely  una  tarde,
      sentándose  en  una  esquina  de  mi  pupitre  para  apoderarse  de  un  cubilete  de
      madera para lápices que mi padre había tallado para mí—. ¿No puedes irte a otro
      colegio? Tienes en contra a toda la clase.
        —No hay otro sitio al que ir —respondí encogiéndome de hombros—. Éste es
      el único colegio del pueblo. A menos que quieras que vaya a la escuela con los
      burros.
        —Bueno, es una opción, desde luego —repuso Toby.
        —Le  he  prometido  a  mi  padre  que  vendría  aquí  todos  los  días  a  partir  de
      ahora —insistí.
        —Conque eres un respondón, ¿eh? —espetó entonces, y se volvió hacia sus
      amigos, que estuvieron de acuerdo en que aquello era un insulto tremendo.
        Así  que  esperaron  al  recreo  del  almuerzo  para  abalanzarse  sobre  mí,
      sujetarme los brazos a la espalda y darme tirones de pelo. Cuando me zafé de la
      encerrona estaba cubierto de moretones y arañazos, un espectáculo penoso para
      cualquiera que me viera por la calle de regreso a casa. Incluso Jasper Bennett, a
      quien  ya  no  acosaban  desde  que  los  otros  niños  habían  encontrado  un  nuevo
      chaval al que zurrar, se había abalanzado sobre mí, lo que demostraba que en
      este mundo uno no puede confiar en nadie, o al menos en Jasper.
        —Esto nunca habría pasado si fueses como antes —me dijo mi padre aquella
      noche mientras me ponía tiritas en las heridas y me desinfectaba los rasguños—.
      Ahora tendrás que andarte con más cuidado. Debes esforzarte en hacerte amigo
      de los demás chicos, no meterte en peleas con ellos.
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