Page 48 - En el corazón del bosque
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9. La carrera
      Al cabo de unas semanas, prosiguió el anciano, empecé a pensar que quizá sería
      buena idea dejar la escuela por imposible. No tenía muchos amigos que digamos,
      y Toby Lovely me ponía las cosas cada vez más difíciles. Un día serró las patas
      de mi silla, de modo que al sentarme caí al suelo y me hice daño. Otro día puso
      un cubo de barniz sobre la puerta, y cuando entré me cayó encima y tuve que
      bañarme dos veces la misma semana. Me birlaba los deberes y se comía mis
      manzanas, ataba los cordones de mis botas y pronunciaba mal mi nombre. Decía
      que yo venía del espacio exterior y que tenía gelatina por cerebro. Me metió una
      rana  por  atrás  de  los  pantalones  y  un  hurón  por  delante,  lo  que  resultó  más
      divertido  de  lo  que  había  previsto.  ¡Oh!,  podría  seguir  y  seguir  con  la  lista  de
      cosas terribles que me hizo. Se pasó una tarde entera caminando a mi lado con un
      jersey que llevaba una flecha señalando hacia mí y debajo las palabras « Estoy
      con  el  imbécil» .  Las  mañanas  de  los  miércoles  me  hablaba  en  japonés,  un
      idioma que dominaba, y empecé a entender unas cuantas palabras. Me echaba
      sal en los cereales y azúcar en los bocadillos. Convenció a todos los de la clase de
      llevar sombrero durante un día, de manera que me convertí en el bicho raro. Me
      enviaba flores y las firmaba con muchos besos de parte de una tal Alice. Fue
      terrible, absolutamente terrible. Empecé a tener miedo de ir al colegio; las cosas
      no podían estar peor.
        Hasta que lo estuvieron.
        Un  martes  por  la  mañana,  la  señora  Shields  se  paseó  por  la  clase
      interesándose por los empleos que nos gustaría tener de mayores, lo que quizá
      fuera  un  poco  prematuro  ya  que  éramos  niños  de  ocho  años,  pero  dijo  que
      debíamos hacer planes para el futuro, incluso en esa etapa tan temprana. Quería
      saber no sólo qué nos gustaría ser de mayores, sino también a qué se dedicaban
      nuestros padres.
        —Mi  padre  es  una  estrella  de  cine  internacional  —anunció  Marjorie
      Willingham—,  y  mi  madre  es  astronauta.  Yo  espero  convertirme  en  piloto  de
      helicópteros.
        —Muy  bien,  Marjorie  —asintió  la  maestra—.  ¿Y  tú,  Jasper  Bennett?  ¿Qué
      hacen tus padres?
        —Mi  padre  está  trabajando  en  una  cura  para  los  resfriados.  Mi  madre  se
      dedica a susurrar a los caballos. Y yo aspiro a ser sacerdote.
        —Si pones empeño, conseguirás tu objetivo —declaró la maestra—. Matthew
      Byron, ¿qué me dices de ti?
        —Mi padre es el jefe de las fuerzas armadas, y mi madre ayuda a la gente a
      evitar el pago de impuestos. Yo planeo ser futbolista profesional hasta los treinta y
      cuatro  años  y  medio,  momento  en  que  me  centraré  en  convertirme  en  poeta
      laureado.
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