Page 53 - En el corazón del bosque
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—Me parece un buen consejo —comentó Noah.
        —Oh,  lo  fue.  Y  corrí  más  y  más  rápido.  Cuando  llegó  la  jornada  de
      encuentros  deportivos  en  el  colegio,  gané  todas  las  carreras  programadas,  y
      cuando el día tocó a su fin, los demás niños me rodearon y me levantaron en
      hombros  para  llevarme  en  una  marcha  victoriosa  a  través  de  las  calles.  Sin
      embargo,  creyendo  que  planeaban  darme  una  paliza  otra  vez,  me  escapé
      corriendo  lo  más  rápido  que  pude,  que  fue  muy  rápido,  y  nunca  me  hicieron
      entrega  del  trofeo.  Unos  meses  después  se  celebró  la  carrera  anual  de  larga
      distancia del pueblo, que se conocía como « la Larga» , y la gané con un tiempo
      un  quince  por  ciento  más  rápido  que  el  de  cualquiera  que  la  hubiese  corrido
      antes.  Corrí  incluso  más  deprisa  que  el  gran  Dmitri  Capaldi,  el  corredor
      legendario cuya estatua se alzaba en el centro del pueblo. Y cuando las noticias
      de mi éxito empezaron a difundirse, acudieron los de la junta comarcal, y antes
      de que acabara el año fui coronado el corredor más rápido en ochenta y cuatro
      kilómetros a la redonda. No mucho después me proclamaron el corredor más
      veloz  del  país.  Y  fue  entonces  cuando  mis  propósitos  de  ser  un  buen  chico  y
      quedarme con mi padre empezaron a torcerse, pese a mis promesas.
        —Me gustaría tener esa capacidad —comentó Noah—. En realidad, no soy
      muy buen corredor. Aunque no se me da mal el ajedrez.
        —Hum —repuso el anciano—. Pero no es exactamente un deporte, ¿no?
        —Es  un  deporte  de  la  mente  —respondió  Noah,  sentándose  más  tieso  y
      sonriendo.
        —Sí, es cierto. Pero ahora no tendrás con quién jugar al ajedrez, imagino.
      Ahora que te has escapado de casa, quiero decir.
        —No  —admitió  Noah,  bajando  de  nuevo  la  vista  hacia  la  mesa  para
      concentrarse en un nudo de la madera y rascarlo con la uña del pulgar.
        —Entonces supongo que ha sido por tu familia —continuó el viejo mientras se
      ponía en pie, para retirar las cosas del almuerzo—. Son las únicas personas que
      quedan.  Debes  de  haberte  escapado  de  ellas.  Bueno,  ¿qué  te  parece  esto?  —
      preguntó  mostrándole  la  marioneta  de  un  orangután,  resultado  de  la  hora  que
      llevaba tallando.
        —Es  muy  buena  —repuso  Noah,  tomándola  de  manos  del  anciano  para
      examinarla  con  atención—.  Y  muy  real,  por  la  forma  en  que  ha  tallado  la
      madera para que parezca pelaje de mono.
        —Sí, supongo —respondió el viejo con una leve decepción—. En realidad no
      era un orangután lo que intentaba tallar, pero no importa.
        —¿De veras? ¿Qué pretendía que fuera?
        El anciano negó con la cabeza y se acercó a una cesta llena de maderas que
      había en un rincón, seleccionó una, la examinó, asintió con la cabeza y volvió a
      sentarse.
        —No  importa  —repitió  en  voz  baja,  y  tomó  el  formón—.  Volveré  a
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