Page 55 - En el corazón del bosque
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11. Una excursión inesperada
La madre de Noah nunca había sido de las que hacen cosas inesperadas, pero
aquello había cambiado unos meses atrás, después de que cancelaran las
vacaciones de primavera en casa de la tía Joan. Solían ir allí cada Pascua desde
que Noah recordaba, y siempre había deseado ese viaje, no sólo porque vivían
junto al mar y podía pasarse horas chapoteando en el agua y haciendo castillos
en la arena, sino también porque su primo Mark era su mejor amigo, aunque sólo
se vieran unas pocas veces al año. (La costa, donde vivía la tía Joan, quedaba
muy lejos del bosque donde residía la familia Barleywater).
Todo el mundo decía que Mark era muy distinto de Noah. Era alto para su
edad, y sus padres aseguraban que iban a ponerle un ladrillo en la cabeza para
impedir que creciera más, porque la ropa sólo le duraba unos meses antes de
quedársele pequeña. Y tenía una buena mata de pelo rubio, mientras que el de
Noah era negro. Y tenía ojos azules, no verdes como los de Noah. Y se parecía a
una estrella de fútbol o rugby, dos deportes que a Noah le gustaba practicar pero
en los que no destacaba. Por algún motivo, siempre se confundía cuando jugaban
en el colegio (los lunes, miércoles y viernes, al fútbol; los martes y jueves, al
rugby), y atrapaba el balón con las manos para arrojárselo de lado a los otros
niños del equipo, o chutaba la pelota de rugby para lanzarla al fondo de la red y
gritar « ¡Gooooool!» a pleno pulmón y luego correr alrededor del campo con la
camiseta levantada, tapándose la cabeza, hasta que se caía. De no ser porque en
general resultaba simpático a los demás niños, es muy posible que le hubiesen
dado de patadas en el trasero.
—Ha habido un pequeño cambio de planes —anunció su madre una noche a
la hora de la cena—, con respecto a las vacaciones en casa de la tía Joan.
—Pero vamos a ir, ¿verdad? —se apresuró a decir Noah levantando la vista
del pastel de pescado, al que estaba mareando en el plato con la esperanza de
encontrar algo comestible en aquel revoltijo blandengue. (Su madre era muchas
cosas, pero buena cocinera no era una de ellas).
—Sí, sí, vamos a ir —repuso la madre buscando con la vista la sal y la
pimienta para camuflar el sabor y al mismo tiempo no mirarlo a los ojos—.
Bueno, cuando digo que vamos a ir quiero decir que iremos. En algún momento,
claro. Pero no dentro de dos semanas como teníamos planeado.
—¿Por qué no? —quiso saber Noah, los ojos abiertos de sorpresa.
—Será otra semana —intervino el padre—. Por ejemplo, en verano, si todo
va bien.
—Pero si está todo organizado —insistió Noah, mirando de uno a otro,
consternado—. Le escribí a Mark la semana pasada y decidimos que la primera
tarde iríamos a buscar cangrejos y…
—La última vez que fuiste a buscar cangrejos con Mark, llenasteis un cubo