Page 50 - En el corazón del bosque
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—Son cosas que pasan —repuse—. Nunca he tenido madre. Tú nunca has
      tenido cerebro. Todos contamos con algo que nos hace destacar entre el resto.
        ¡Había vuelto a hacerlo! Quizá tantos meses de acoso me habían llevado al
      punto de no poder soportarlo un instante más. Toby me miró y rió un poco de
      puro asombro, antes de patear el suelo como un toro a punto de abalanzarse sobre
      mí,  de  forma  que  acabamos  rodando  en  un  lío  de  puños  y  tirones  de  pelo,
      mientras  los  demás  nos  rodeaban  entre  aclamaciones,  encantados  con  el
      espectáculo de una buena pelea.
        Lo aporreé por todas partes, y cuando por fin el señor Wickle, el profesor de
      gimnasia,  nos  separó,  comprobé  encantado  que  Toby  sangraba  por  la  nariz;
      aunque  no  me  gustó  tanto  notar  las  magulladuras  en  las  orejas  y  el  ojo  a  la
      funerala que empezaba a hinchárseme en la cara.
        —¿Qué ocurre?  —quiso  saber  el señor Wickle—.  ¿Niños  peleándose  en mi
      patio? ¡No pienso permitirlo! Bueno, ¿y por qué os peleabais?
        No pude aguantar más y exclamé a viva voz:
        —¡Se cree mejor que yo! ¡Y no lo es!
        —Sí lo soy —respondió Toby.
        —No lo eres —repuse.
        —Sí lo soy —insistió él.
        —No lo eres.
        —Sí lo soy.
        —No lo eres.
        —Muy bien, muy bien —intervino el señor Wickle haciéndonos callar—. Ya
      basta,  los  dos.  —Se  volvió  hacia  mí—.  Mira,  Toby  Lovely  es  uno  de  los
      deportistas  más  brillantes  que  el  colegio  ha  tenido  jamás.  Se  alzó  con  cuatro
      medallas de oro en los últimos campeonatos. Corre más rápido que nadie que yo
      conozca. Si dice que es mejor que tú en ese sentido, supongo que lo admitirás,
      ¿verdad? En cuanto a ti —añadió volviéndose hacia Toby—, deberías mostrarte
      más humilde.
        —De  acuerdo  —repuso  Toby  tendiéndome  la  mano—.  Deberías
      simplemente aceptar mi superioridad y no mirar por encima del hombro a los
      demás.
        —Yo podría ganarte en una carrera —repliqué encogiéndome de hombros y
      sin pensar siquiera lo que decía.
        Todo  el  mundo  en  el  patio  calló  al  oír  aquello,  y  el  silencio  pareció
      interminable. Finalmente, el estómago del señor Wickle empezó a hacer ruiditos
      y todos salimos de nuestro estupor.
        —Por favor —dijo, negando con la cabeza y mirándome con lástima—. Eso
      que has dicho es una tontería.
        —Pero es verdad —contesté.
        —No lo es —repuso Toby.
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