Page 51 - En el corazón del bosque
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—Sí lo es —repliqué.
        —¡Ya basta! —exclamó el señor Wickle—. Si crees que corres más rápido
      que  el  mejor  atleta  que  he  tenido  en  el  colegio  desde  el  gran  Dmitri  Capaldi,
      entonces sólo hay una manera de probarlo. ¡Celebraremos una carrera!
        El colegio entero prorrumpió en vítores y, con increíble celeridad, se abrió
      para formar dos hileras. Todos los niños quedaron de un lado, y las niñas del otro,
      y se miraron con las expresiones habituales de miedo e interés combinados. En
      medio, al frente, nos hallábamos Toby y yo, con el señor Wickle entre ambos.
      Del edificio del colegio llegó corriendo la señora Shields, cargando unas zapatillas
      de deporte.
        —Las zapatillas de Toby —dijo casi sin aliento—. No puede correr sin sus
      zapatillas de la suerte.
        —¿Has  traído  las  tuyas?  —me  preguntó  el  señor  Wickle,  bajando  la  vista
      hacia mis botas con tachuelas.
        —No,  señor,  pero  no  importa.  Puede  llevar  las  suyas  si  quiere;  aun  así
      ganaré.
        —Muy  bien,  entonces  me  las  pondré  —repuso  Toby  calzándoselas,  y  nos
      acuclillamos en los puestos de salida.
        —Vista al frente, chicos —dijo el señor Wickle—. ¿Veis aquel manzano allá
      lejos?  Está  a  unos  cuatrocientos  metros  de  distancia.  El  primer  chico  que  me
      traiga de vuelta una manzana será declarado ganador. ¿Estáis preparados?
        —¡Preparados,  señor!  —exclamamos,  y  me  pregunté  dónde  me  había
      metido,  pues  en  mi  vida  había  corrido  una  carrera,  y  mucho  menos  contra
      alguien como Toby Lovely, que era en efecto un corredor muy veloz.
        —¿Listos?
        —Listos, señor —contestamos, y tragué saliva con nerviosismo, observando
      el lejano árbol y decidiendo que, ocurriera lo que ocurriese, haría un buen papel
      y no me quedaría demasiado rezagado.
        —¡Ya!
        Salí  disparado,  sin  mirar  a  derecha  e  izquierda,  completamente  ajeno  a  la
      ventaja que debía de estar sacándome mi oponente. Llegué al árbol, arranqué
      una manzana, me volví en redondo y eché a correr de nuevo para dejarla en la
      mano tendida del señor Wickle, y de pronto fui consciente del silencio reinante en
      las  dos  hileras  de  espectadores.  Al  volverme,  vi  a  Toby  a  unos  metros  de
      distancia, deteniéndose para mirarme con asombro. Apenas se había alejado de
      la posición de salida y yo ya había ido y vuelto.
        —¡Dios santo! —exclamó el señor Wickle—. Esto sí que ha sido una sorpresa.
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