Page 46 - En el corazón del bosque
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8. Noah y el anciano
      —¿Y por qué hizo su padre una marioneta de la señora Shields? —quiso saber
      Noah.  Sostuvo  en  alto  la  figura  y  tiró  de  un  cordel,  y  un  pedazo  de  tiza  salió
      volando de la mano para caer a cierta distancia, antes de arrastrarse de vuelta a
      sus retorcidos dedos.
        —Fue un regalo, supongo. Pensó que si era amable con ella, la maestra lo
      ayudaría.  Sin  embargo,  creo  que  ella  pensó  que  significaba  algo  más,  lo  que
      condujo a su vez a una serie de malentendidos románticos, pero ésas, me parece,
      son historias para otra ocasión. En cualquier caso, ella no me ayudó mucho, he
      ahí el quid de la cuestión, aunque resultó que tenía razón. Debía defenderme por
      mí mismo. Probablemente tú tendrás que hacer lo mismo.
        —¿Yo? —preguntó Noah alzando la mirada, sorprendido—. ¿Por qué lo dice?
        —Bueno, ¿no te has escapado de casa porque los otros niños te acosaban? Me
      ha parecido la explicación más obvia.
        —Oh, no —respondió Noah—. No, tengo un montón de amigos en el colegio,
      aunque  lamento  enterarme  de  que  usted  no  los  tuvo.  Hay  un  niño  en  nuestra
      clase, Gregory Fish, al que todo el mundo intimida porque dice las erres como si
      fueran ges.
        —Pues eso no está bien, ¿no crees? Confío en que tú no seas malo con él.
        Noah se encogió de hombros y apartó la mirada.
        —A veces —repuso ruborizándose un poco—. No pretendo serlo.
        —Ya veo —dijo el viejo negando con la cabeza, al tiempo que seguía tallando
      la pieza de madera; la sostuvo a la luz para examinarla con detalle—. ¿Y crees
      que echarás de menos a esos amigos tuyos?
        —Todavía  no  los  echo  de  menos  —contestó  Noah,  y  pensó  en  todos  sus
      juegos y en las aventuras que corrían juntos—. Pero supongo que lo haré con el
      tiempo. Después de todo, son muy buenos amigos.
        —¿Y aun así te escapaste y los dejaste atrás?
        —¿Quién ha dicho que me haya escapado? —replicó Noah.
        —¡Lo has dicho tú, niñato! —bramó el oso de la pajarita roja, y se incorporó
      unos instantes para blandir un dedo admonitorio antes de volver a desplomarse,
      inanimado, como si no hubiese ocurrido nada.
        Noah se quedó mirándolo, boquiabierto, y volvió la vista al viejo con cara de
      sorpresa.
        —¿Pasa algo? —preguntó éste con expresión inocente.
        —El oso… me ha gritado.
        —Sí, a veces es insufriblemente grosero —explicó con gesto de resignación
      —. Ya le he advertido que no debe gritar a las visitas, pero me temo que él es así.
      No puedo hacer nada al respecto. Sería como pedirle a una ardilla que no cantara
      cuando los pájaros trinan al amanecer. En cualquier caso, la cuestión es que te
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