Page 57 - En el corazón del bosque
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Soy una cocinera pésima, lo sé.
—Haces una sopa de tomate bastante buena —concedió Noah.
—Ya —admitió ella—. Sé abrir una lata como el mejor. Pero mi pastel de
pescado no da la talla.
—Para ser francos —dijo el padre—, sí que parece algo ante lo que el perro
arrugaría el hocico. Si tuviésemos un perro, claro.
—Vayamos a cenar fuera —propuso la madre, poniéndose en pie para retirar
los platos—. Así podréis pedir lo que queráis.
Noah sonrió, con la decepción por lo de las vacaciones momentáneamente
olvidada, y saltó de la silla, pero justo en ese instante a su madre se le escurrieron
los platos que llevaba, y los tres se estrellaron contra el suelo, diseminando por
todas partes patatas, gambas, bacalao, guisantes y toda clase de ingredientes
viscosos. Noah dio un respingo, esperando oírla decir que era una patosa
incorregible y que siempre se le caía todo, pero en lugar de ello estaba apoyada
contra el aparador, aferrándose los riñones con una mano y gimiendo
suavemente, emitiendo un sonido extraño e inquietante, un gimoteo desgarrador
que no le había oído nunca. Su marido corrió hacia ella, y Noah dio un paso
también, pero no había otra forma de pasar sobre el pastel de pescado
desparramado que dando un gran salto, y no podía hacerlo sin dar primero un
paso atrás.
—Sube a tu habitación, Noah —ordenó su padre antes de que pudiera
moverse.
—¿Qué le pasa a mamá? —preguntó él con nerviosismo.
—¡Sube a tu habitación! —repitió su padre levantando la voz, y pareció tan
serio que Noah obedeció inmediatamente.
Una vez en su cuarto, trató de no pensar en qué estaba pasando en realidad en
el piso de abajo.
Y ahí acabó el asunto, por el momento.
Dos semanas después, el día en que deberían haberse marchado a casa de la
tía Joan de no haber cambiado los planes, Noah estaba ante el espejo de su
habitación midiéndose los músculos cuando su madre entró muy decidida. Había
pasado unos días enferma en la cama, pero ya parecía mejor y todo el día
anterior había estado fuera, en lo que describió como una misión secreta de la
que Noah sabría algo muy pronto.
—¡Aquí estás! —exclamó sonriente—. ¿Qué te parecería una excursión?
—¡Guay! —contestó Noah, dejando la cinta métrica para tomar nota en su
libreta de medidas—. ¿Adónde iremos esta vez? ¿Volvemos a la cafetería del
flipper?
—No, tengo un plan mucho mejor. Puesto que no podemos ir al mar, he
pensado traer el mar a nosotros. ¿Qué te parece?
Noah suspiró y negó con la cabeza.