Page 61 - En el corazón del bosque
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12. Noah y el viejo
      —Vaya, he oído muchas cosas en mi vida —comentó el viejo bajando el formón
      unos instantes—, pero nunca de una madre que hiciera una playa en una piscina.
      ¡Eso es algo extraordinario!
        —Ya le decía yo que era una caja de sorpresas.
        —Sí, me lo has dicho. Pero supongo que eso me hace preguntarme por qué
      huyes de ella.
        Noah reflexionó un momento.
        —Bueno, voy a recorrer mundo y a tener grandes aventuras —explicó—. No
      creo que necesite seguir yendo al colegio, ¿no cree? Soy muy listo. De hecho,
      soy el séptimo más inteligente de mi clase.
        —¿Y cuántos sois en tu clase?
        —Treinta —contestó Noah, muy satisfecho de sí mismo.
        —Vaya, supongo que no está mal —repuso el hombre en voz baja—. Pero
      incluso  los  aventureros  necesitan  una  educación.  E  incluso  a  los  grandes
      aventureros les gusta volver a casa de vez en cuando.
        —Bueno,  quizá  lo  haga  algún  día  —admitió  Noah,  pensándolo  mejor—.
      Cuando  sea  mayor,  quiero  decir.  Y  cuando  haya  hecho  fortuna.  —Se  levantó
      para  acercarse  a  la  repisa  de  la  chimenea,  tomar  un  retrato  y  mirarlo;  luego
      preguntó—: ¿Es su padre?
        —Es  un  dibujo  que  hice  de  él  cuando  era  niño.  Lo  tengo  ahí  para  no
      olvidarme de su aspecto.
        —¿Se parece mucho a como era?
        —No, en realidad no. Pero creo que hace justicia a la expresión de sus ojos.
      La verdad es que no lo necesito. Siento que está aquí constantemente.
        Noah frunció el entrecejo.
        —¿Aquí? ¿En la juguetería?
        —No físicamente, por supuesto. Pero todo lo que hay aquí me recuerda a él
      de un modo u otro. Él forma parte de este sitio. Me hace feliz recordar que es así.
        Noah dejó el retrato sin pronunciar palabra, y cuando alzó la vista se encontró
      contemplando su propia imagen en un espejo. Al menos le pareció que era su
      reflejo, pero al cabo de unos instantes la cara empezó a cambiar. Se volvió un
      poco más larga, luego más ancha y después más atractiva; entonces comenzó a
      tener la sombra de una barba, como si no se hubiese afeitado, y luego la barba
      desapareció.  Unos  instantes  después  llevaba  gafas  y  se  lo  veía  muy  guapo.  A
      continuación  se  vio  menos  guapo  y  con  arrugas  en  la  frente.  Luego  los  ojos
      parecieron más húmedos y llevaba bigote y lucía una calva incipiente. Y por fin
      el rostro que le devolvía la mirada desde el espejo sonrió un instante antes de
      disolverse para verse reemplazado por su cara de ocho años, que lo miró con
      asombro.
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