Page 64 - En el corazón del bosque
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13. La marioneta del príncipe
La noticia de mis éxitos como corredor empezó a difundirse en los pueblecitos
vecinos, luego en las ciudades pequeñas que miraban por encima del hombro a
los pueblos, y después en las grandes ciudades que se burlaban con desprecio de
las pequeñas.
Una tarde, cuando volví del colegio a la juguetería, encontré a mi padre
sentado al mostrador, pintando las ventanillas de una locomotora que llevaba
varios días tallando.
—Ah —dijo con una gran sonrisa al verme entrar—. Por fin has llegado.
Empezaba a preocuparme por ti.
—Lo siento, papá —respondí, consultando la hora—. Hoy he tardado más que
de costumbre en correr hasta casa. Casi tres minutos.
—Bueno, el colegio está a más de seis kilómetros de distancia —repuso mi
padre—, así que en realidad no deberías sentirte insatisfecho.
—Pero suelo hacerlo en poco más de dos minutos —dije; y empecé a correr
sin moverme del sitio, tan rápido que el suelo gritó y me rogó que parase—.
Tendré que entrenar más duro.
—Ya entrenas bastante duro —opinó mi padre, y tendió una mano a través
del mostrador para alcanzar un sobre grande de color crema—. Tengo una
sorpresa para ti. Te ha llegado una carta esta mañana.
Me acerqué y tomé la carta. No había recibido correo en toda mi vida, de
modo que me hizo una ilusión tremenda.
—¿Quién me escribirá? —pregunté, mirando a mi padre con cara de
asombro.
—Ábrela y lo descubrirás.
Observé el sobre unos instantes, sopesándolo con cautela, antes de rasgarlo
con cuidado, sin dañar el sello, y sacar la única hoja que contenía. La leí para mí
y luego en voz alta.
Querido señor:
Sus muy graciosas majestades el rey y la reina le ordenan que
comparezca ante ellos el domingo 13 de octubre a fin de demostrarles las
grandes dotes de corredor que le han dado celebridad en todo el país. Por
favor, llegue puntualmente al palacio a las 10 de la mañana del día 13 y
pregunte por mí en recepción.
Atentamente,
Sir Carstairs Secretario privado de Sus Majestades.
—¡Los reyes! —exclamé mirando perplejo a mi padre—. No puedo creer
que sepan siquiera quién soy. Tendré que aceptar su invitación, por supuesto.