Page 68 - En el corazón del bosque
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sígueme. Te enseñaré dónde está el despacho de la reina.
        Me guió a través de oscuros pasillos con paneles de madera.
        Entré en una habitación enorme y agarré el diario de encima del escritorio.
      Sólo cuando alcé la vista advertí la cantidad de cabezas de ciervo que cubrían las
      paredes. Cada una era más magnífica que la anterior y todas estaban sujetas a
      placas de madera con una fecha grabada debajo: la fecha en que el rey los había
      abatido. Me acerqué, los miré a los ojos y estuve seguro de distinguir el dolor que
      aquellos inocentes animales habían sentido al caer abatidos. Fruncí el entrecejo y
      negué con la cabeza al ver el enorme rifle apoyado en un rincón, el mismísimo
      que había causado toda aquella muerte innecesaria.
        —Aquí  tiene  su  diario,  majestad  —le  dije  a  la  reina  la  tarde  siguiente,
      tendiéndoselo.
        —Tenían razón en lo que decían sobre ti —repuso—. Has sido rapidísimo. Y
      nuestro hijo, el príncipe, ¿cómo está? ¿Se ha alegrado su tutor de recibirlo?
        —Bueno…  —dije,  deseando  haber  podido  prepararme  mejor;  una  de  las
      desventajas de ser un corredor tan rápido era que no disponía de mucho tiempo
      para pensar—. Sí, parecen llevarse muy bien. Pero han decidido que Escocia no
      es el sitio más adecuado para la educación del príncipe.
        —¿Qué no es el sitio adecuado? —saltó el rey—. Pero si los escoceses son el
      segundo pueblo más inteligente del mundo, después de los irlandeses.
        —Sí, probablemente así sea —repuse—. Pero hace un frío terrible y el señor
      Plectorum dijo que no sobreviviría al invierno, lo que dejaría al príncipe en una
      posición peor que la actual. Así pues, han viajado a Róterdam para emprender
      allí una sólida educación. Dijo que escribiría en cuanto llegaran.
        La reina refunfuñó un poco ante semejante noticia, pero no dijo nada.
        —¿Y mi rifle? —soltó el rey, y le cayeron unas gotitas de baba en la barba al
      recordar el olor a pólvora y carne de venado—. No habrás olvidado mi rifle, ¿no?
        —No conseguí encontrarlo, majestad —contesté encogiéndome de hombros
      —. Lo siento, señor.
        De  la  garganta  del  rey  brotó  un  gruñido  grave,  y  pareció  a  punto  de
      atacarme.
        —Si de veras lo desea, puedo volver a buscarlo —añadí con nerviosismo y
      sabiendo que, aunque lo hiciera, nunca le llevaría aquel rifle.
        —No, muchacho, válgame Dios —intervino la reina, soltándose un poco la
      toca—. Ya has hecho suficiente. Además, no podemos quedarnos aquí todo el día.
      El rey debe tomar su medicación y los turistas no tardarán en llegar a las puertas
      de palacio. Tenemos que empezar a arrancar pedacitos de pan para alimentarlos,
      o van a impacientarse. ¿Qué te parece si das una vuelta corriendo al palacio y yo
      te cronometro? Sólo por divertirnos un poco. —Sacó un reloj de bolsillo del abrigo
      y sostuvo un dedo sobre un gran botón redondo en la parte superior—. Hay un
      precioso matorral de lavanda en la parte trasera del palacio, no puedes pasarlo
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