Page 72 - En el corazón del bosque
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15. La indisposición
La señora Barleywater apareció intempestivamente en el colegio de Noah a
última hora de la mañana, justo cuando los alumnos salían a comer, y le pidió
que se fuera con ella porque iban a tomarse la tarde libre.
—¿Qué vamos a hacer qué? —preguntó Noah perplejo, pues su madre nunca
le había permitido saltarse el colegio, ni siquiera un día que no quería ir porque no
había hecho los deberes y se había sentado cinco minutos sobre el termómetro
para fingir que tenía fiebre.
—Un día soleado y precioso como éste no está hecho para el colegio —dijo
ella—. Deberíamos aprovechar al máximo el buen tiempo, ¿no te parece? He
pensado que podríamos hacer algo juntos.
—Pero esta tarde tengo clase doble de mates —le recordó Noah.
—¿Y qué? ¿Te gusta la clase doble de mates?
—No. No me gusta nada.
—Bueno, pues entonces vámonos, anda.
—Pero mi mochila y los libros… —dijo Noah volviéndose hacia la clase y el
director, el señor Tushingham, que avanzaba a grandes zancadas hacia ellos con
expresión de indignación.
—Seguirán aquí mañana —repuso su madre—. Vamos, rápido, antes de que
nos pillen.
Salieron corriendo por las puertas del colegio, agarrados de la mano, y
llegaron al aparcamiento perseguidos por el señor Tushingham, al que no le
gustaba lo que estaba viendo. Llamó a la madre de Noah a pleno pulmón,
haciendo que los pájaros levantaran el vuelo de las ramas de los árboles,
asustados. Pero ella fingió no oírlo mientras accionaba el contacto del coche y
comenzaba a maniobrar. Y se habrían salido con la suya, pero el señor
Tushingham prácticamente se arrojó sobre el parabrisas, de modo que a su
madre no le quedó otra opción que detenerse y bajar la ventanilla con un suspiro.
—Señora Barleywater —dijo el director entre jadeos y tratando de recuperar
el aliento, pues por lo visto no había hecho ejercicio desde que tenía la edad de
Noah—. ¿Qué diantre cree que está haciendo? Estamos en plena jornada escolar.
No puede marcharse con el niño así por las buenas.
—Pero ha salido el sol —respondió ella alzando la vista al cielo, donde las
nubes habían desaparecido y un manto azul se extendía hasta el infinito—. Es un
pecado quedarse encerrado en un día como éste.
—Pero va contra las normas —protestó el señor Tushingham.
—¿Qué normas? —quiso saber la madre de Noah.
—Las normas del colegio. ¡Mis normas!
—Oh, a la porra con ellas —dijo la mujer, despreciando con un ademán
todas aquellas tonterías—. ¿Por qué no sube también al asiento de atrás, señor