Page 67 - En el corazón del bosque
P. 67
en las estrellas—. Por supuesto.
—Y aquélla es Perseo —continuó el príncipe, señalando otra constelación—.
Y ahí está Casiopea, la reina sentada en su trono.
—¿Te interesan las estrellas? —pregunté.
—Me apasionan. Me gustaría ser astrónomo, pero mis padres no me lo
permitirán. Dicen que tengo que ser rey. —Esbozó una mueca, como si le
hubieran dicho que tenía que acostarse temprano porque a la mañana siguiente lo
esperaba un largo viaje.
—¿No puedes negarte simplemente?
—Imposible —contestó con un suspiro—. Si yo no soy rey, la corona pasará a
mi hermano menor.
—¿Y qué tiene eso de malo?
—Es un idiota —repuso el príncipe—. Jamás funcionaría, y entonces la
corona iría a parar a otra rama de la familia, con la que no nos hablamos.
Nuestra estirpe se habría acabado. Mi madre jamás permitirá una cosa así.
—De modo que te han enviado aquí. Al colegio, por así decirlo.
—Por así decirlo.
—A mí también me mandaron al colegio —expliqué—. No me gustaba
mucho, pero luego, cuando comprendí que destacaba en algo, las cosas fueron
mejor. Bueno, debo entrar a buscar el diario de tu madre y el rifle de tu padre.
En el palacio me esperaba un caballero anciano que me miró con una mezcla
de irritación y temor, como si me hubiesen enviado a robar.
—¿Y quién se supone que eres tú? —preguntó, y su voz reverberó por los
pasillos.
Le dije mi nombre y para qué había ido, y pareció aceptarlo como un motivo
razonable.
—Soy Romanus Plectorum, antes domiciliado en Róterdam —se presentó, y
añadió sin particular entusiasmo—: Has traído al príncipe, ¿verdad?
—Está ahí fuera. En la hierba. No parece usted muy contento de hallarse
aquí, si no le importa que lo mencione.
—No, en efecto —admitió—. Me han hecho venir contra mi voluntad a este
sitio espantoso a instruir a ese muchacho. Justo acababa de construirme un
castillo en Róterdam con techo de cristal, de forma que no habría tenido que
gastar dinero en electricidad. Habría ahorrado una fortuna. En mi tierra se me
conoce como uno de los avaros más destacados de nuestros días. Es un gran
honor para mí.
—¿Y por la noche? —pregunté—. ¿Cómo podrá ver algo entonces?
—¡Con velas, jovencito, con velas! Me llevó seis años acabar ese castillo, y
justo el día que me mudé recibí la carta de los reyes. Ahora el castillo con techo
de cristal está vacío, y quién sabe qué será de él. Y yo estoy atrapado aquí.
¡Aquí! —gimió, mirando alrededor y compadeciéndose de sí mismo—. Bueno,