Page 65 - En el corazón del bosque
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—Pero tienes colegio… No puedes perder el ritmo en tus estudios sólo por
      correr un poco.
        —Faltaré a clase sólo un par de días. No se darán ni cuenta de mi ausencia.
        —¿Y qué pasa conmigo? —preguntó papá en voz baja y llena de tristeza—.
      Volverás conmigo, ¿no?
        —Pues claro que sí. No voy a dejarte solo.
        —¿Me lo prometes?
        —Sí, por supuesto —respondí, sonriéndole pero sin pensar apenas si lo decía
      en serio o no.
        Así pues, la tarde del 12 de octubre corrí los ciento cincuenta kilómetros que
      había  hasta  el  puerto  y  subí  a  bordo  de  un  barco  que  zarpaba  en  dirección  al
      palacio,  y  a  primera  hora  de  la  mañana  siguiente  me  hallaba  en  el  patio  de
      palacio, listo con mi ropa de deporte, cuando los reyes salieron a dar su paseo
      diario.  Tras  ellos  trotaba  un  joven  poco  mayor  que  yo,  de  reluciente  cabello
      rubio y con una corona de oro, que estiraba el cuello para mirar al cielo.
        —¿Eres  tú  el  chico  del  que  se  dice  que  es  un  corredor  portentoso?  —me
      preguntó la reina, acercándose a la cara unos anteojos que le colgaban de una
      cadenilla al cuello, y me miró de arriba abajo como si no supiera si darme o no
      su aprobación.
        —Así es, majestad —contesté—. Puedo correr más rápido que cualquier niño
      de mi edad.
        —Yo soy el rey —anunció el soberano—. Y éste es nuestro hijo, el príncipe.
      Será rey algún día, por supuesto, pero no antes de mi muerte. Confía en que ese
      día no llegue nunca, ¿no es así, hijo mío?
        —¿Qué dices, padre? —preguntó el príncipe, apartando la vista del cielo unos
      instantes para fijarla en el rey.
        —Digo que confías en que ese día no llegue nunca —repitió el rey alzando la
      voz.
        —¿Qué día, padre? —El príncipe no se enteraba de nada.
        —Oh, por el amor de…
        —A nuestro hijo le falta concentración —intervino la reina, interrumpiendo a
      su esposo y mirándome—. Ahora mismo es una gran decepción para nosotros,
      motivo por el cual se mantiene vivo al rey mediante métodos extraordinarios. El
      príncipe simplemente no está listo para ser rey.
        —Es verdad —repuso el muchacho, encogiéndose de hombros y mirándome
      a su vez—. No lo estoy.
        —Bueno,  no  sé  qué  puedo  hacer  yo  al  respecto  —dije,  un  poco
      desconcertado—. Soy un corredor. Quizá me han confundido con otro.
        —La reina jamás comete un error —dictaminó el rey.
        —Una  vez  cometí  uno  —lo  corrigió  ella,  mirándolo,  antes  de  volver  a
      centrarse en mí y controlar su mal genio—. Eres el corredor más rápido del país.
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