Page 73 - En el corazón del bosque
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Tushingham? Puede venir con nosotros si quiere. ¿No? ¿Está seguro? Muy bien,
      pues. ¡Adiós!
        Dicho lo cual, metió la marcha atrás, salió del aparcamiento y se alejó calle
      abajo, con Noah volviéndose en el asiento trasero para mirar al director, que los
      observaba con los brazos en jarras y una expresión furibunda.
        —No parece muy contento —comentó.
        —Oh,  yo  no  me  preocuparía  mucho.  Te  escribiré  una  nota  para  mañana.
      Además, si quiero pasar un día con mi hijo, lo haré, y ningún director de colegio
      me lo impedirá. No tenemos un solo minuto que perder, tú y yo.
        Noah frunció el entrecejo.
        —¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber.
        —¿Con qué? —preguntó su madre mirándolo por el retrovisor.
        —Con que no tenemos un minuto que perder.
        —Bah, nada en particular —repuso ella—. Sólo que la vida es corta, Noah, y
      debemos pasar todo el tiempo que podamos con la gente que queremos, eso es
      todo. Creo que he vivido siempre sin entender que es así, pero ahora… bueno,
      ahora lo veo de pronto con claridad. El colegio seguirá ahí mañana, de eso no
      hay que preocuparse. Y lo mismo pasa con la clase doble de mates. Pero hoy tú
      y yo vamos a divertirnos un poco.
        Noah decidió no discutir con ella porque, después de todo, se estaba saltando
      clases y ni siquiera había tenido que fingir que tenía fiebre, de modo que se quitó
      la corbata, se abrió un poco la camisa y miró por la ventanilla.
        —¿Adónde vamos? —preguntó al advertir que transitaban por una carretera
      desconocida para él.
        —Hoy hay una feria en la ciudad. Lo he leído en el periódico esta mañana y
      he pensado que debíamos ir. Estará muy tranquilo, puesto que todos los chicos
      están en el colegio.
        —¡Genial! —exclamó Noah.
        Aparcaron en la estación y tomaron el tren a la ciudad, y la madre de Noah
      ni siquiera se encaró con el tipo sentado enfrente que no paraba de hablar por el
      móvil, ni con la mujer del asiento contiguo que hacía ruiditos asquerosos con el
      chicle, simplemente porque decía que a veces era más fácil vivir y dejar vivir.
      Prefirió charlar con su hijo y jugar con él a las adivinanzas, como si ella también
      tuviese ocho años.
        Cuando llegaron a la feria, sin embargo, sólo subió a una de las atracciones y
      dejó que Noah fuera solo a las demás.
        —Pero las montañas rusas no son divertidas si vas solo —insistió él—. Por
      favor, mamá. Tenemos que subir juntos.
        —No  puedo  —contestó  ella.  No  se  la  veía  tan  enérgica  como  cuando  se
      habían marchado del colegio esa mañana. Parecía muy cansada y tenía aspecto
      de  que  algo  le  había  sentado  mal—.  No  me  encuentro  muy  bien,  Noah.  Pero
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