Page 32 - En el corazón del bosque
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de Invierno del zar. Hace ya unos cuantos años de eso, desde luego, pero aún
      funciona a las mil maravillas, sobre todo si hablas de política o religión con él,
      porque eso le da mucha cuerda.
        —Bueno,  no  pretendía  ofenderlo  —dijo  Noah,  que  no  sabía  qué  pensar  de
      todo aquello—. Es sólo que estaba haciendo ruidos raros.
        —Ah, pero los hace porque es hora de comer —explicó el viejo dando una
      palmada—. Me lo recuerda fingiendo que le ruge el estómago. Es una pequeña
      broma. Los rusos son bastante graciosos, ¿no crees?
        —Pero los relojes no tienen estómago —puntualizó Noah, aún desconcertado.
        —¿No?
        —Pues  no.  Tienen  péndulos  o  ruedas  de  contrapeso.  Y  algo  que  se  llama
      oscilador,  que  vibra  y  hace  que  todo  funcione  correctamente.  Por  mi  último
      cumpleaños,  mi  tío  Teddy  me  regaló  un  « Construye  tu  propio  reloj  en
      veinticuatro horas» . Abrí la caja y me pasé dos semanas tratando de montarlo.
        —Oh, ¿de veras? ¿Y cómo acabó la cosa?
        —No  muy  bien.  Sólo  funciona  como  es  debido  dos  veces  al  día,  y  en
      ocasiones ni siquiera eso.
        —Ya veo. Pero, aun así, pareces saber mucho de relojes.
        —Sí, me gustan las cosas científicas. A lo mejor algún día seré astrónomo. Es
      una de las profesiones que estoy considerando.
        —Bueno,  pues  tendré  que  aceptar  tu  palabra  en  este  asunto.  Siempre  he
      asumido que era su estómago, pero quizá me equivoco. En cualquier caso, sea
      cual sea la verdad, es hora de comer.
        —Pensaba que había almorzado ya —dijo Noah, más animado ante la idea
      de comer. Hacía tanto que no se llevaba nada a la boca que temía desmayarse.
        —He tomado un tentempié, sólo eso —admitió el anciano—. Unos restos de
      pollo.  Y  una  ensalada  de  la  huerta.  Y  unas  cuantas  salchichas  que  se  habrían
      estropeado si no me las comía hoy. Y un sándwich de queso. Y después un trozo
      de pastel, para acabar con algo dulce. Pero no ha sido lo que podría decirse una
      comida sustanciosa. Sea como fuere, supongo que tienes hambre, ¿no? Después
      de todo, has salido muy temprano de casa.
        —¿Cómo lo sabe? —preguntó Noah, sorprendido.
        —Por el estado de tus zapatos.
        —¿Mis  zapatos?  —Se  miró  los  pies  y  no  vio  nada  fuera  de  lo  corriente—.
      ¿Cómo demonios puede saber por mis zapatos a qué hora he salido de casa?
        —Mira  las  suelas.  Aún  están  un  poco  mojadas  y  tienen  briznas  de  hierba
      pegadas,  aunque  empiezan  a  secarse  y  se  están  desparramando  por  el  suelo.
      Significa que has pisado hierba no mucho después de que cayera el rocío.
        —Oh, claro. Nunca se me habría ocurrido.
        —Cuando uno ha gastado tantos pares de zapatos como yo, tiende a fijarse en
      el calzado de los demás —comentó el anciano—. Es una pequeña rareza mía, eso
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