Page 27 - En el corazón del bosque
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—En cualquier caso, siento haberte hecho esperar tanto —se disculpó el
anciano—, pero me temo que de un tiempo a esta parte me muevo como un
caracol. De joven era muy distinto. Por aquel entonces sólo habrías visto la estela
de polvo que levantaba a mi paso. ¡Ni Dmitri Capaldi podía ganarme!
—No se preocupe —lo tranquilizó Noah—. No llevo aquí mucho rato. Apenas
eran las once cuando entré y… —Consultó el reloj, que le reveló que ya era
mediodía—. ¡Oh! Pero ¡no puede ser!
—Estoy seguro de que sí puede ser —repuso el viejo—. Has perdido la
noción del tiempo, eso es todo.
—¿Una hora entera?
—A veces pasa. Yo perdí un año entero una vez, si puedes creerlo. Lo dejé en
algún sitio, y cuando fui a buscarlo ya no conseguí encontrarlo. Pero siempre
tengo la sensación de que va a aparecer un día de éstos, cuando menos lo espere.
Noah frunció el entrecejo, no muy seguro de haber oído bien.
—¿Cómo puede alguien perder un año? —preguntó.
—Oh, es más fácil de lo que imaginas —dijo el viejo, y dejó la madera y el
formón para quitarse las gafas y limpiarlas con un pañuelo que tenía los colores
del arco iris—. A lo mejor ni siquiera fue un año; a lo mejor fue una oreja. —Y
se tironeó de ambos lóbulos—. No; todo sigue en su sitio —comentó satisfecho—.
Fue un año, sin duda. No hay de qué preocuparse.
Noah lo miró fijamente y trató de comprender de qué hablaba. Todo aquello
no tenía sentido para él, y sospechaba que si hacía preguntas sólo conseguiría
confundir aún más las cosas.
—Deben de haber sido todos estos juguetes —dijo Noah señalando las
paredes de alrededor—. Supongo que he estado mirándolos mucho rato. Y las
marionetas. Hay tantas que me he distraído.
—Sí, claro —repuso el anciano con un suspiro—. Culpa a las marionetas. La
gente siempre lo hace.
—No las culpo. Sólo quiero decir que me he entretenido mirándolas, nada
más. Casi parecen vivas. Y el tiempo ha pasado sin darme cuenta.
—Lo importante es que ahora estás aquí —dijo el anciano con una gran
sonrisa—. ¿Sabes una cosa? Hace tanto tiempo que no tengo un cliente que ni
siquiera sé qué hacer. Me temo que ya no tenemos un relaciones públicas oficial.
—No importa —respondió Noah, pues siempre le daba pena la gente que
tenía que plantarse ante las tiendas diciendo « Bienvenido… bienvenido…» . Le
parecía una forma muy desgraciada de ganarse la vida.
—Por supuesto, si hubiese subido más deprisa podría haberte invitado a
almorzar, pero ya es demasiado tarde para eso.
A Noah se le cayó el alma a los pies. El estómago le rugió tanto que tuvo que
toser para enmascarar los vergonzosos ruidos. Entonces cambió de táctica,
pensando que si el viejo lo oía rugir, quizá cambiaría de opinión y le daría algo de