Page 27 - El niño con el pijama de rayas
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la habitación.
—Bruno, pensaba subir a verte ahora mismo, te lo aseguro. Sólo tenía que
acabar una reunión y escribir una carta. Veo que habéis llegado bien, ¿no?
—Sí, Padre.
—¿Has ayudado a tu madre y tu hermana a cerrar la casa?
—Sí, Padre.
—Estoy orgulloso de ti. —Asintió en señal de aprobación—. Siéntate, hijo.
Señaló el amplio sillón que había enfrente de su escritorio y Bruno se sentó en
él —sus pies no llegaban al suelo—, mientras Padre volvía a su asiento detrás del
escritorio y lo miraba fijamente. Hubo un momento de silencio, hasta que Padre
dijo:
—¿Y bien? ¿Qué opinas?
—¿Que qué opino? ¿Qué opino de qué?
—De tu nuevo hogar. ¿Te gusta?
—No —contestó Bruno sin vacilar, porque siempre procuraba ser sincero.
Además, si vacilaba aunque sólo fuera un instante no tendría valor para decir lo
que de verdad pensaba—. Creo que deberíamos volver a casa —añadió con
coraje.
La sonrisa de su padre se apagó un poco, echó un rápido vistazo a su carta y
luego volvió a levantar la cabeza, como si meditara bien su respuesta.
—Es que ya estamos en casa, Bruno —dijo al fin con voz dulce—. Auschwitz
es nuestro nuevo hogar.
—Pero ¿cuándo volveremos a Berlín? —preguntó el niño, desanimado tras oír
aquello—. Berlín es mucho más bonito.
—Vamos, vamos —dijo Padre, que no estaba para tonterías—. No me vengas
con bobadas. Un hogar no es un edificio, ni una calle ni una ciudad; no tiene nada
que ver con cosas tan materiales como los ladrillos y el cemento. Un hogar es
donde está tu familia, ¿entiendes?
—Sí, pero…
—Y tu familia está aquí, Bruno. En Auschwitz. Ergo, éste es nuestro hogar.
Bruno no sabía qué quería decir ergo, pero no necesitaba saberlo porque se le
ocurrió una respuesta muy hábil.
—Pero los abuelos se han quedado en Berlín —adujo—. Y ellos también son
nuestra familia. O sea que éste no puede ser nuestro hogar.
Padre reflexionó y asintió con la cabeza. Hizo una larga pausa antes de
responder:
—Sí, Bruno, ellos también son nuestra familia. Pero tú, Gretel, Madre y yo
somos las personas más importantes de la familia, y ahora vivimos aquí. En
Auschwitz. ¡Vamos, no estés tan triste! —Porque era evidente que Bruno estaba
muy triste—. Ni siquiera le has dado una oportunidad. Estoy seguro de que esto
acabará gustándote.