Page 28 - El niño con el pijama de rayas
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—No me gusta.
—Bruno… —repuso Padre con voz cansada.
—Karl no vive aquí, ni Daniel ni Martin, y no hay otras casas cerca ni puestos
de fruta y verdura ni calles ni cafeterías con mesas fuera ni nadie que te empuje
al caminar los sábados por la tarde.
—Bruno, en esta vida a veces hay que hacer cosas que no nos gustan —
explicó Padre, y el niño se dio cuenta de que se estaba cansando de aquella
conversación—. Y me temo que ésta es una de ellas. Esto es mi trabajo, un
trabajo importante. Importante para nuestro país. Importante para el Furias.
Algún día lo entenderás.
—Quiero irme a casa —se obstinó Bruno, las lágrimas a punto de aflorarle.
Sólo quería que Padre entendiera que Auschwitz era un sitio espantoso y que ya
era hora de marcharse de allí.
—Tienes que aceptar que ahora éste es tu nuevo hogar —insistió su padre—.
Éste será tu hogar en el futuro inmediato.
Bruno cerró los ojos un momento. Pocas veces en la vida se había empeñado
tanto en salirse con la suya, y desde luego nunca había ido a hablar con Padre tan
decidido a hacerle cambiar de opinión respecto a algo, pero la idea de vivir en un
sitio tan horrible donde no había nadie con quien jugar era insoportable. Cuando
abrió de nuevo los ojos, Padre se levantó, rodeó el escritorio y se sentó en un
sillón a su lado. Bruno vio cómo destapaba una pitillera de plata, sacaba un
cigarrillo y le daba unos golpecitos en el escritorio antes de encenderlo.
—Cuando yo era niño —dijo entonces— había ciertas cosas que no me
gustaba hacer, pero si mi padre decía que lo mejor para todos era que las hiciera,
yo me esmeraba y las hacía.
—¿Qué clase de cosas? —preguntó Bruno.
—Pues… no sé. —Se encogió de hombros—. Cosas normales de la vida
diaria. Sólo era un niño y no sabía qué era lo mejor para mí. A veces, por
ejemplo, no quería quedarme en casa a terminar los deberes, quería salir a la
calle para jugar con mis amigos, igual que tú. Ahora miro hacia atrás y veo que
era una tontería.
—Entonces sabes cómo me siento —dijo Bruno, esperanzado.
—Sí, pero también entendía que mi padre, tu abuelo, sabía qué era lo que más
me convenía, y que yo siempre estaba más contento cuando lo aceptaba. ¿Crees
que habría tenido tanto éxito en la vida si no hubiera aprendido cuándo he de
discutir y cuándo obedecer las órdenes sin rechistar? Dime, Bruno, ¿qué crees?
El niño miró en derredor. Su mirada se posó en la ventana situada en una
esquina de la habitación y pudo divisar el espantoso panorama que había fuera.
—¿Has hecho algo malo? —preguntó al cabo—. ¿Has hecho enfadar al
Furias?
—¿Yo? —dijo Padre mirándolo con asombro—. ¿Qué quieres decir?