Page 33 - El niño con el pijama de rayas
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—No veo por qué no —replicó él; estaba un poco avergonzado de sí mismo
por haberlo dicho, pero no pensaba permanecer impasible mientras le leían la
cartilla cuando en realidad a nadie parecía importarle sus opiniones.
—Porque tu padre es un hombre bueno. Un hombre muy bueno. Nos cuida a
todos.
—¿Trayéndonos aquí, al medio de la nada? ¿Así es como cuida de nosotros?
—Tu padre ha hecho muchas cosas —dijo María—. Muchas cosas de las que
deberías enorgullecerte. De no ser por tu padre, ¿dónde estaría yo ahora?
—En Berlín, supongo. Trabajando en una bonita casa. Comiendo bajo la
hiedra aralia y sin molestar a las abejas.
—No te acuerdas de cuando empecé a trabajar para vosotros, ¿verdad? —
replicó María en voz baja, sentándose un momento en el borde de la cama, algo
que nunca había hecho—. ¿Cómo vas a acordarte? Entonces sólo tenías tres años.
Tu padre me acogió y me ayudó cuando yo lo necesitaba. Me ofreció un
empleo, un hogar. Me alimentó. No puedes imaginar lo que es pasar hambre. Tú
nunca has pasado hambre, ¿verdad?
Bruno frunció el entrecejo. Quería mencionar que precisamente en ese
momento se le estaba despertando el apetito, pero miró a María y comprendió
por primera vez que nunca había considerado que ella fuera una persona con una
vida y una historia propias. Al fin y al cabo, siempre la había visto únicamente
como la criada de su familia. Ni siquiera estaba seguro de haberla visto alguna
vez con otra ropa que no fuera el uniforme de criada. Aunque, pensándolo bien,
como estaba haciendo en aquel momento, debía admitir que su vida tenía que
consistir en algo más que servirlos a ellos. Debía de tener pensamientos en la
cabeza, igual que él. Debía de haber cosas que añoraba, amigos a los que quería
volver a ver, igual que él. Y debía de haberse dormido llorando todas las noches
desde que llegara aquí, igual que muchos niños más pequeños o menos valientes
que él. Entonces se fijó en que además era muy guapa, lo cual le produjo una
sensación extraña.
—Mi madre conoció a tu padre cuando él tenía la edad que tú tienes ahora —
dijo María tras una pausa—. Trabajaba para tu abuela. Fue su modista cuando
ella iba de gira por Alemania, cuando era joven. Le preparaba los vestidos para
los conciertos: los lavaba, planchaba y arreglaba. Eran unos vestidos
maravillosos. ¡Y qué bordados, Bruno! Cada uno era una obra de arte. Hoy en
día ya no quedan modistas como las de antes. —Sacudió la cabeza y sonrió al
recordar, mientras Bruno escuchaba—. Mi madre se encargaba de que
estuvieran todos preparados cuando tu abuela llegaba al camerino antes de un
concierto. Y cuando tu abuela se retiró, mi madre permaneció en contacto con
ella; recibía una modesta pensión, pero eran tiempos difíciles y tu padre me
ofreció un empleo, mi primer empleo. Unos meses después mi madre enfermó,
necesitó mucha atención médica y tu padre se encargó de todo, aunque no estaba