Page 38 - El niño con el pijama de rayas
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herr Roller. Sin embargo, ahora tuvo la certeza de que si no hacía algo sensato,
algo en lo que pudiera emplear su mente, él también acabaría paseando por las
calles, peleándose consigo mismo e invitando a los gatos callejeros a reuniones
sociales.
Para mantenerse ocupado, Bruno dedicó toda la mañana y toda la tarde de un
sábado a preparar un nuevo pasatiempo. A cierta distancia de la casa —en una
zona que se veía desde la habitación de Gretel, pero no desde la suya— había un
roble de tronco muy grueso. Era un árbol alto, con grandes y gruesas ramas
capaces de soportar el peso de un niño. El árbol parecía tan viejo que Bruno
estimó que lo habían plantado a finales de la Edad Media, una época que había
estudiado recientemente y que encontraba fascinante, sobre todo por los
caballeros que vivían grandes aventuras en tierras lejanas y hacían interesantes
descubrimientos.
Sólo había dos cosas que Bruno necesitaba para su nuevo pasatiempo: unos
trozos de cuerda y un neumático. Encontrar la cuerda fue fácil, pues en el sótano
de la casa se almacenaban varios rollos y no le llevó mucho tiempo hacer algo
tan peligroso como buscar un cuchillo afilado y cortar todos los trozos que
consideró necesarios. Los llevó al roble y los dejó en el suelo para utilizarlos más
adelante. El neumático ya era otra cosa.
Aquella mañana en particular, ni Madre ni Padre estaban en casa. Ella se
había marchado temprano en tren, a una ciudad cercana donde pasaría el día
para cambiar de aires, mientras que a él lo habían visto dirigirse hacia las
cabañas que se veían desde la ventana de Bruno. Como de costumbre, había
muchos camiones y jeeps militares aparcados cerca de la casa, y aunque Bruno
sabía que era imposible robarles un neumático, siempre cabía la posibilidad de
encontrar uno suelto en alguna parte.
Cuando salió de la casa vio a Gretel hablando con el teniente Kotler y, sin
mucho entusiasmo, decidió que él era la persona idónea. Kotler era el joven
oficial al cual Bruno había visto el día de su llegada a Auschwitz, el que había
aparecido en el piso de arriba de su casa y que lo había mirado un momento
antes de saludarlo con la cabeza y seguir su camino. Bruno lo había visto varias
veces desde entonces —entraba y salía de la casa como si fuera de la familia, y
además no tenía prohibido entrar en el despacho de Padre—, pero no habían
hablado mucho. Bruno no habría sabido explicar por qué, pero el teniente Kotler
no le caía bien. Alrededor de aquel teniente había una atmósfera fría que hacía
que Bruno quisiera ponerse un jersey. Sin embargo, no había nadie más a quien
pedírselo, así que se armó de valor y se acercó a saludarlo.
La mayoría de los días, el joven oficial presentaba un aspecto muy elegante,
se paseaba con aire resuelto y daba la impresión de que le hubieran planchado el
uniforme una vez puesto. Siempre lucía las botas negras perfectamente
embetunadas, y el rubio cabello con raya a un lado y perfectamente peinado con