Page 37 - El niño con el pijama de rayas
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7. El día que madre se atribuyó el mérito de algo que no había hecho
Varias semanas después de que Bruno llegara a Auschwitz con su familia y
sin ninguna perspectiva en el horizonte de recibir una visita de Karl o Daniel o
Martin, el niño decidió que lo mejor que podía hacer era empezar a buscar
alguna forma de distraerse, o se volvería loco.
Sólo había conocido a una persona a la que consideraba loca, herr Roller, un
hombre de la misma edad que Padre y que vivía al doblar la esquina de su
antigua calle de Berlín. Solían verlo pasear arriba y abajo por la calle, a
cualquier hora del día o la noche, discutiendo acaloradamente consigo mismo. A
veces, la trifulca se descontrolaba y herr Roller intentaba dar puñetazos a su
propia sombra en la pared. De vez en cuando peleaba con tanta rabia que
golpeaba con los puños el muro de ladrillo y se hacía sangre, y entonces caía de
rodillas, se echaba a llorar desconsoladamente y se daba palmadas en la cabeza.
En algunas ocasiones le había oído pronunciar aquellas palabras que a él no le
dejaban pronunciar, y cuando eso ocurría no podía parar de reír.
—No te burles del pobre herr Roller —le había dicho Madre una tarde,
después de que el niño le relatara su última aventura—. No tienes ni idea de lo
mal que lo ha pasado en la vida.
—Está loco —dijo Bruno, llevándose un dedo a la sien y describiendo círculos
mientras silbaba para indicar lo chiflado que estaba—. El otro día se acercó a un
gato que había en la calle y lo invitó a tomar el té.
—¿Y qué dijo el gato? —preguntó Gretel, que se estaba preparando un
bocadillo en la encimera de la cocina.
—Nada —contestó Bruno—. Era un gato.
—Lo digo en serio —insistió Madre—. Franz era un joven encantador; yo lo
conocí cuando era niña. Era amable y considerado y bailaba como Fred Astaire.
Pero lo hirieron de gravedad en la Gran Guerra, en la cabeza, y por eso ahora se
comporta de ese modo. No tiene ninguna gracia. No tenéis ni idea de lo que
tuvieron que soportar aquellos jóvenes. No podéis imaginar cuánto sufrieron.
Entonces Bruno sólo tenía seis años y no estaba muy seguro de a qué se
refería Madre.
—Eso pasó hace mucho tiempo —explicó ella cuando su hijo se lo preguntó
—. Antes de que tú nacieras. Franz fue uno de los jóvenes que lucharon por
nosotros en las trincheras. Tu padre lo conocía muy bien; creo que sirvieron
juntos.
—¿Y a Padre qué le pasó?
—No importa. La guerra no es un tema de conversación agradable. Me temo
que dentro de poco pasaremos mucho tiempo hablando de ella.
Aquel diálogo había tenido lugar unos tres años antes de que la familia se
mudara a Auschwitz, y durante ese tiempo Bruno no había pensado mucho en