Page 41 - El niño con el pijama de rayas
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—dijo la palabra otra vez, y su áspero sonido hizo que Bruno desviara la mirada
      y se sintiera avergonzado de formar parte de aquella escena.
        Pavel fue hacia ellos y el joven oficial le habló con insolencia, pese a que
      podría haber sido su nieto.
        —Lleva a este jovencito al almacén que hay detrás de la casa. Amontonados
      junto a una pared verás unos neumáticos viejos. Que elija uno, y tú se lo llevas a
      donde él te diga. ¿Has entendido?
        Pavel sujetó su gorra con ambas manos y asintió, agachando la cabeza más
      aún de lo que habitualmente la agachaba.
        —Sí, señor —respondió en voz baja, casi inaudible.
        —Y después, cuando vuelvas a la cocina, asegúrate de que te lavas las manos
      antes de tocar la comida, asqueroso… —El teniente repitió aquella palabra que
      ya había empleado dos veces, y al hacerlo escupió un poco.
        Bruno  miró  a  Gretel,  que  había  estado  contemplando,  embelesada,  los
      reflejos  del  sol  en  el  cabello  de  Kotler,  pero  que  en  ese  momento  parecía  un
      poco incómoda, como su hermano. Ninguno de los dos había hablado con Pavel
      hasta  entonces,  pero  era  muy  buen  camarero  y,  según  Padre,  los  buenos
      camareros no abundaban.
        —Ya puedes irte —dijo el teniente.
        Pavel dio media vuelta y guio a Bruno hasta el almacén; de vez en cuando el
      niño miraba hacia atrás, a su hermana y al oficial, porque sentía el impulso de
      volver allí y llevarse a Gretel, pese a que era una pesada y una egocéntrica y la
      mayor  parte  del  tiempo  se  mostraba  cruel  con  él.  Pero  no  le  hacía  ninguna
      gracia  dejarla  sola  con  un  individuo  como  el  teniente  Kotler.  Desde  luego,  no
      había forma de disimularlo: el teniente Kotler era sencillamente repugnante.
        El accidente se produjo dos horas después de que Bruno hubiera encontrado
      un neumático adecuado y Pavel lo hubiera arrastrado hasta el gran roble que se
      veía desde la ventana de Gretel. Bruno había trepado y bajado, trepado y bajado
      y trepado y bajado por el tronco para atar bien un extremo de las cuerdas a las
      ramas y el otro al neumático. Hasta ese momento, toda la operación había sido
      un éxito rotundo. Él había construido un columpio similar en otra ocasión, aunque
      con la ayuda de Karl, Daniel y Martin. Ahora lo estaba haciendo solo, lo cual
      comportaba que la operación resultara mucho más arriesgada. Y sin embargo lo
      consiguió.
        Por fin instalado en el centro del neumático, empezó a columpiarse como si
      no  tuviera  ni  una  sola  preocupación,  sin  importarle  que  fuera  uno  de  los
      columpios más incómodos en que se había sentado jamás.
        Luego se tumbó boca abajo sobre el neumático y se dio impulso con los pies
      contra  el  suelo.  Cada  vez  que  el  neumático  se  balanceaba  hacia  atrás,  Bruno
      alcanzaba a tocar el tronco de un árbol con un pie, lo que le permitía impulsarse
      para elevarse más rápido y más alto. Aquello funcionó muy bien hasta que, de
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