Page 39 - El niño con el pijama de rayas
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algo  que  conservaba  las  marcas  del  peine,  como  un  campo  recién  labrado.
      Además, se ponía tanta colonia que sabías cuándo iba a aparecer porque lo olías
      de  lejos.  Bruno  había  aprendido  a  no  quedarse  donde  el  viento  le  trajera  su
      perfume, por temor a desmayarse.
        Pero aquel día, como era sábado por la mañana y hacía tanto sol, el teniente
      Kotler  no  iba  tan  arreglado.  Llevaba  camiseta  blanca  y  unos  pantalones
      normales, y un rebelde mechón de cabello le tapaba la frente. Tenía los brazos
      asombrosamente  bronceados  y  unos  músculos  que  Bruno  ya  hubiera  querido
      para sí. Ese día parecía tan joven que el niño se sorprendió; de hecho, le recordó
      a  los  chicos  mayores  de  la  escuela,  aquéllos  a  los  que  no  era  conveniente
      acercarse. Kotler estaba absorto en una conversación con Gretel y lo que decía
      debía  de  ser  tremendamente  gracioso,  puesto  que  ella  reía  a  carcajadas  y  se
      enroscaba el cabello con los dedos formando tirabuzones.
        —Hola —dijo Bruno al acercarse a ellos.
        Gretel lo miró con cara de fastidio.
        —¿Qué quieres? —le preguntó.
        —No quiero nada —le espetó Bruno mirándola con desdén—. Sólo he venido
      para saludar.
        —Tendrá  que  perdonar  a  mi  hermano  pequeño,  Kurt  —le  dijo  Gretel  al
      teniente—. Es que sólo tiene nueve años.
        —Buenos  días,  jovencito  —dijo  Kotler,  y  entonces  estiró  un  brazo  y,  para
      gran espanto de Bruno, le alborotó el cabello; al niño le dieron ganas de derribarlo
      de un empujón y saltarle sobre la cabeza—. ¿Y qué te trae por aquí tan temprano
      un sábado por la mañana?
        —No es tan temprano —dijo Bruno—. Son casi las diez en punto.
        El oficial se encogió de hombros.
        —Cuando yo tenía tu edad, mi madre no podía levantarme de la cama hasta
      la hora de comer. Me decía que si me pasaba la vida durmiendo no crecería y
      me quedaría enclenque.
        —Ah, pues en eso andaba muy equivocada, ¿verdad? —dijo Gretel con una
      sonrisa tonta.
        Bruno la miró con desagrado. Su hermana hablaba con una vocecilla cursi,
      como si tuviera la cabeza llena de serrín. Estaba deseando alejarse de ellos, y no
      le  interesaba  saber  de  qué  estaban  hablando,  pero  sus  intereses  lo  obligaban  a
      pedir al teniente Kotler lo inconcebible: un favor.
        —¿Puedo pedirle un favor? —preguntó.
        —Adelante —dijo Kotler, y Gretel rio otra vez, aunque no había nada de qué
      reír.
        —¿Sabe  si  hay  algún  neumático  de  recambio  por  aquí?  De  alguno  de  los
      jeeps, quizá. O de algún camión. Uno que ya no utilicen.
        —El único neumático de recambio que he visto últimamente por aquí es del
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