Page 34 - El niño con el pijama de rayas
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obligado a hacerlo. Pagó todo de su propio bolsillo porque mi madre había sido
amiga de su madre. Y me llevó a su casa por la misma razón. Y cuando murió
mi madre, también pagó todos los gastos del funeral… Así que no vuelvas a
llamar estúpido a tu padre, Bruno. Al menos no en mi presencia, porque no lo
permitiré.
Bruno se mordió el labio inferior. Había esperado que María se pusiera de su
lado en la campaña para marcharse de Auschwitz, pero ahora comprendió a
quién era leal la criada. Y tenía que reconocer que la historia que acababa de
contar le hacía sentirse muy orgulloso de su padre.
—Bueno —dijo, porque no se le ocurría nada que decir—. Supongo que se
portó bien.
—Sí —afirmó María; se levantó y fue hacia la ventana, desde donde Bruno
veía las cabañas y a la gente a lo lejos—. Se portó muy bien conmigo —continuó
con voz queda, observando a la gente y los soldados ocupándose de sus asuntos—.
Hay mucha bondad en su corazón, mucha bondad, por eso no entiendo… —Dejó
la frase a medias, pues de pronto se le quebró la voz y Bruno pensó que iba a
echarse a llorar.
—¿Qué no entiendes? —preguntó el niño.
—No entiendo qué… no entiendo cómo puede…
—¿Cómo puede qué?
Un portazo en el piso de abajo resonó por toda la casa como un disparo; fue
tan fuerte que Bruno dio un respingo y María soltó un gritito. Se oyeron los pasos
de alguien que subía la escalera con prisa. Bruno se acurrucó en la cama y se
pegó a la pared, temiendo lo que iba a pasar. Contuvo la respiración, asustado,
pero sólo era Gretel, la tonta de remate. La niña asomó la cabeza por la puerta y
pareció sorprenderse de ver a su hermano en compañía de la criada.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Gretel.
—Nada —dijo Bruno a la defensiva—. ¿Qué quieres? Vete.
—Vete tú —replicó ella, pese a que estaban en la habitación de él, y luego
miró a María, entornando los ojos con recelo—. Prepárame la bañera —le
ordenó.
—¿Por qué no te la preparas tú? —le espetó Bruno.
—Porque ella es la criada —replicó Gretel—. Para eso está aquí.
—No está aquí para eso —le gritó Bruno; se levantó de la cama y fue
derecho hacia su hermana—. No está aquí para hacérnoslo todo, ¿sabes? Y
menos aún las cosas que podemos hacer nosotros mismos.
Gretel se quedó mirándolo como si se hubiera vuelto loco, y luego miró a
María, que sacudió la cabeza.
—Ahora mismo voy, señorita Gretel —dijo—. Acabo de ordenar la ropa de
su hermano y me ocupo de usted.
—Pues no tardes —repuso la niña con brusquedad (a diferencia de Bruno,