Page 30 - El niño con el pijama de rayas
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hacia  la  puerta,  pero  antes  de  abrirla  se  dio  la  vuelta  para  hacer  una  última
      pregunta.
        —Padre… —empezó.
        —Bruno, no pienso seguir con… —repuso él con fastidio.
        —No;  es  otra  cosa  —se  apresuró  a  aclarar  Bruno—.  Quiero  hacerte  una
      última pregunta.
        Padre suspiró e hizo un gesto animándolo a formular la pregunta, al mismo
      tiempo que le advertía que se trataba de la última y que luego el tema quedaría
      zanjado.
        Bruno  se  concentró,  pues  quería  formularla  bien  para  que  no  pareciera
      maleducada ni despectiva.
        —¿Quiénes son todas esas personas que hay ahí fuera? —preguntó al fin.
        Padre ladeó la cabeza, un poco desconcertado.
        —Soldados,  Bruno  —respondió—.  Y  secretarias.  Empleados.  No  es  la
      primera vez que los ves.
        —No, no me refiero a ellos, sino a las personas que veo desde mi ventana. En
      las cabañas, a lo lejos. Todos visten igual.
        —Ah, ésos —dijo Padre, asintiendo con la cabeza y esbozando una sonrisa—.
      Esas personas… bueno, es que no son personas, Bruno.
        El niño frunció el entrecejo.
        —¿Ah, no? —dijo, sin entender.
        —Al menos no son lo que nosotros entendemos por personas —explicó Padre
      —.  Pero  no  debes  preocuparte.  No  tienen  nada  que  ver  contigo.  No  tienes
      absolutamente  nada  en  común  con  ellos.  Instálate  en  tu  nueva  casa  y  pórtate
      bien, eso es lo único que te pido. Acepta la situación en que te encuentras y todo
      resultará mucho más fácil.
        —Sí, Padre —asintió Bruno, insatisfecho con la respuesta.
        Abrió  la  puerta  y  entonces  Padre  lo  llamó.  Se  levantó  y  enarcó  una  ceja,
      como  si  su  hijo  hubiera  olvidado  algo.  Bruno  lo  recordó  en  cuanto  él  hizo  el
      saludo.  Lo  imitó  a  la  perfección:  juntó  los  pies  y  levantó  un  brazo  antes  de
      entrechocar los talones y articular con voz fuerte y clara —lo más parecida a la
      de Padre— las palabras con que siempre se despedían los soldados:
        —Heil, Hitler!  —Lo  cual,  suponía  él,  significaba  algo  como  « Hasta  luego,
      que tengas un buen día» .
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