Page 29 - El niño con el pijama de rayas
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—¿Has hecho algo mal en tu trabajo? Ya sé que todos dicen que eres un
hombre importante y que el Furias tiene grandes proyectos para ti, pero no te
habría enviado a un sitio como éste si no hubiese tenido que castigarte por algo.
Padre rio, lo cual molestó aún más a Bruno; no había nada que lo enfureciera
más que un adulto se riera de él por no saber algo, sobre todo cuando él estaba
esforzándose por averiguarlo.
—Veo que no entiendes la importancia de un trabajo como el mío —dijo
Padre.
—Bueno, pero si todos tenemos que irnos de una bonita casa, dejar a nuestros
amigos y venir a un sitio tan horrible como éste, no puedes haber hecho muy
bien tu trabajo. Si has hecho algo mal, deberías ir y pedir disculpas al Furias, pues
a lo mejor así se arreglaría todo. A lo mejor, si fueras muy sincero con él, te
perdonaría.
Pronunció aquellas palabras sin pensar antes si eran sensatas o no, y al oírlas
le pareció que no decían exactamente lo que quería decir a Padre, pero allí
estaban, ya las había dicho y no había forma de borrarlas.
Tragó saliva con nerviosismo y, tras un breve silencio, miró de nuevo a su
padre, que lo observaba fijamente, imperturbable. Bruno se pasó la lengua por
los labios y desvió la vista. No le pareció buena idea sostenerle la mirada.
Tras unos minutos de incómodo silencio, Padre se levantó despacio del sillón
y volvió a su asiento del escritorio, dejando el cigarrillo en un cenicero.
—No sé si pensar que eres muy valiente —dijo con voz queda al cabo de un
momento— o muy irrespetuoso. Quizá seas muy valiente, lo cual no es malo.
—No he querido decir…
—Ahora calla y escucha —lo interrumpió Padre elevando la voz, porque a él
no se le aplicaba ninguna de las reglas que regían la vida familiar—. He sido
muy atento con tus sentimientos, Bruno, porque sé que este cambio es difícil para
ti. Y he escuchado tus opiniones, pese a que tu juventud e inexperiencia hacen
que expreses las cosas de un modo insolente. Y has visto que no me he enfadado
por nada de eso. Pero ha llegado el momento de que sencillamente aceptes
que…
—¡No quiero aceptarlo! —gritó Bruno y parpadeó asombrado, porque no
sabía que iba a ponerse a gritar (es más, se había llevado un auténtico susto). Se
puso en tensión y se preparó para salir corriendo si fuera necesario. Pero aquel
día, por lo visto, no había nada que hiciera enfadar a Padre (si Bruno era sincero,
tenía que reconocer que Padre casi nunca se enfadaba: se quedaba callado y
distante, pues en cualquier caso siempre acababa saliéndose con la suya, y en
lugar de gritarle o perseguirlo por la casa, se limitaba a mover la cabeza dando
por terminada la discusión).
—Vete a tu habitación —dijo Padre en voz baja, y Bruno comprendió que lo
decía en serio, así que se levantó, con los ojos anegados en lágrimas, y se dirigió